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Rusia · Stalingrado
Voto de Ferdydurke:
11,986
Intriga. Drama
José Sirgado (Eusebio Poncela) es un director de serie B en plena crisis creativa y personal, incapaz de romper con su expareja (Cecilia Roth). Inmerso en una espiral de autodestrucción, y con las drogas como acicate, José recibe noticias de un antiguo conocido, Pedro (Will More). Se trata de un extravagante joven que graba en Super 8 y cuya obsesión por controlar el ritmo de sus películas lo lleva descubrir el fotograma rojo. El ... [+]
16 de febrero de 2018
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escapar. Huir. Romper el tiempo. Que pare esto. Buscar un agujero. Una salida. Una ranura, un estrecho. Una grieta. Una abertura, una voladura.
Nuestra vida es tiempo. Nuestro cerebro la entiende como una línea extendida que no para, que nos lleva directa a la muerte. El tiempo es vejez, podredumbre, desguace, hundimiento, la desaparición del yo, la aniquilación del ser, el fin de todo.
Puedes ser estoico, ascético o resignarte. Volverte religioso. Aceptarlo. O no pensar. Evadirte. Aturdirte. Atontarte. Amoldarte. Aislarte. Volver a los instintos más puros y animales. Seguir la corriente. Juntarte con la muchedumbre. Ser uno más con la mayoritaria corriente. Tener una familia, un trabajo. Ser próspero, ayudar al prójimo. Ser eficiente. Feliz. Constante. Voluntarioso. Superviviente. Generoso. Esforzado. Moderado. Templado. Firme. Tener un objetivo. Intentarlo. Muy ético, racional y consciente.
También puedes buscar salidas, escapatorias. Toda cárcel tiene su fuga.
El arte lucha e ilumina. Expone el problema. Cuando es bueno resalta la inmensa belleza de esa segura derrota, de ese anhelo desesperado y fracasado de detener el tiempo.
El cine es un arte puramente temporal. Una pausa de la realidad. La gran escapada.
Algunos seres, por las razones que sean, por enfermedad, debilidad o mayor lucidez y sensibilidad, son más conscientes del tiempo, del segundero que corre implacable y el fin del cuento.
Lo dicen. Y crean remedios. Enfermos. Efímeros. No duraderos.
¡Pero si pudiéramos utilizar esos remedios, ese artefacto, para introducirnos en ellos y desaparecer sin dejar huella, comidos, devorados, succionados por ese instrumento, por ese pequeño trampantojo!
Esta película es muchas cosas. Muchísimas. Y todas buenas.
Un estudio sobre las drogas, una ruta para iniciados, una guía para suicidas, un inventario amoroso, una luz para los perdidos, una enseñanza budista, una iluminación mística, un compendio de humanos desvelos, un enjambre de relaciones, un ejercicio intenso sobre su propio medio, un homenaje inspirado al cine, un requerimiento misántropo, una secta de elegidos, una causa escindida, una puerta abierta, un camino, una confesión a tumba abierta y un juguete, un divertimento, un ungüento, un regalo, un ingenio, una reflexión metafísica, una broma macabra, un desdoblamiento, un descubrimiento y un deslumbramiento. Un ensayo sobre el tiempo.
La droga (el sexo en este caso menos, mucho menos, solo entretenimiento) es, por supuesto, otro punto de fuga, otro espejo, otro salto. Pero más rudimentario, obvio y fácil. Más un medio. Más una receta para los más torpes o brutos, para los que se conforman con placebos o necesitan un impulso artificial para llegar a la verdad. More casi la desprecia o no le interesa. Es la pareja la que más se abandona a esa especie de molicie o tonta deriva.
Poncela está fuera y quiere estar dentro (Algo hay en él de incomodidad, de desarreglo, de inadecuación con su tiempo. Algo palpita en su inquietud y desasosiego, en su oficio de cineasta pamplinero). More está dentro y quiere ir más al fondo (Es el maestro en el laberinto. El primer iniciado).
Roth es la amante que observa pero no le interesa (es mujer, más pragmática y terrenal, menos difusa y autodestructiva, menos curiosa y perdida).
Muro es la alegría, la libertad, la frivolidad.
Su madre es el humor peculiar.
Helena Fernán-Gómez poseída por el espíritu de Almodóvar es un estrambote que comparte con Roth pasiones de mujer intensa, aunque sea completamente caricaturesca.
Nuestra vida es tiempo. Nuestro cerebro la entiende como una línea extendida que no para, que nos lleva directa a la muerte. El tiempo es vejez, podredumbre, desguace, hundimiento, la desaparición del yo, la aniquilación del ser, el fin de todo.
Puedes ser estoico, ascético o resignarte. Volverte religioso. Aceptarlo. O no pensar. Evadirte. Aturdirte. Atontarte. Amoldarte. Aislarte. Volver a los instintos más puros y animales. Seguir la corriente. Juntarte con la muchedumbre. Ser uno más con la mayoritaria corriente. Tener una familia, un trabajo. Ser próspero, ayudar al prójimo. Ser eficiente. Feliz. Constante. Voluntarioso. Superviviente. Generoso. Esforzado. Moderado. Templado. Firme. Tener un objetivo. Intentarlo. Muy ético, racional y consciente.
También puedes buscar salidas, escapatorias. Toda cárcel tiene su fuga.
El arte lucha e ilumina. Expone el problema. Cuando es bueno resalta la inmensa belleza de esa segura derrota, de ese anhelo desesperado y fracasado de detener el tiempo.
El cine es un arte puramente temporal. Una pausa de la realidad. La gran escapada.
Algunos seres, por las razones que sean, por enfermedad, debilidad o mayor lucidez y sensibilidad, son más conscientes del tiempo, del segundero que corre implacable y el fin del cuento.
Lo dicen. Y crean remedios. Enfermos. Efímeros. No duraderos.
¡Pero si pudiéramos utilizar esos remedios, ese artefacto, para introducirnos en ellos y desaparecer sin dejar huella, comidos, devorados, succionados por ese instrumento, por ese pequeño trampantojo!
Esta película es muchas cosas. Muchísimas. Y todas buenas.
Un estudio sobre las drogas, una ruta para iniciados, una guía para suicidas, un inventario amoroso, una luz para los perdidos, una enseñanza budista, una iluminación mística, un compendio de humanos desvelos, un enjambre de relaciones, un ejercicio intenso sobre su propio medio, un homenaje inspirado al cine, un requerimiento misántropo, una secta de elegidos, una causa escindida, una puerta abierta, un camino, una confesión a tumba abierta y un juguete, un divertimento, un ungüento, un regalo, un ingenio, una reflexión metafísica, una broma macabra, un desdoblamiento, un descubrimiento y un deslumbramiento. Un ensayo sobre el tiempo.
La droga (el sexo en este caso menos, mucho menos, solo entretenimiento) es, por supuesto, otro punto de fuga, otro espejo, otro salto. Pero más rudimentario, obvio y fácil. Más un medio. Más una receta para los más torpes o brutos, para los que se conforman con placebos o necesitan un impulso artificial para llegar a la verdad. More casi la desprecia o no le interesa. Es la pareja la que más se abandona a esa especie de molicie o tonta deriva.
Poncela está fuera y quiere estar dentro (Algo hay en él de incomodidad, de desarreglo, de inadecuación con su tiempo. Algo palpita en su inquietud y desasosiego, en su oficio de cineasta pamplinero). More está dentro y quiere ir más al fondo (Es el maestro en el laberinto. El primer iniciado).
Roth es la amante que observa pero no le interesa (es mujer, más pragmática y terrenal, menos difusa y autodestructiva, menos curiosa y perdida).
Muro es la alegría, la libertad, la frivolidad.
Su madre es el humor peculiar.
Helena Fernán-Gómez poseída por el espíritu de Almodóvar es un estrambote que comparte con Roth pasiones de mujer intensa, aunque sea completamente caricaturesca.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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