James Gray (Nueva York / 1969) no sólo consolida su notable y pausada filmografía con este su sexto proyecto sino que expande su entorno lejos de su Nueva York natal y crece como cineasta con un equilibrio acertado entre un clasicismo formal que no reniega de una mirada de autor apoyada por sus propios guiones. Hace 8 años que Plan B la productora de Brad Pitt le encargó este biopic sobre el explorador británico Percy Fawcett, para el que en principio no se consideraba “preparado”.

Afortunadamente al final lo hizo suyo, con un guión poético y espiritual que trasciende el género de aventuras o de biografías sin tampoco renunciar a ellos donde por momentos sentimos esa pasión, ese vértigo por ir más allá adentrándonos junto con Fawcett en esa jungla amazónica metáfora de los misterios de la vida, de sus riesgos, sus sacrificios, de su belleza, que hay que atreverse a desentrañar para acabar acaso encontrándonos a nosotros mismos. “Fitzcarraldo”, “Aguirre…”, Conrad… revolotean sobre este Amazonas en peligro de extinción que aún oculta celoso sus secretos y tesoros, más espirituales que materiales, plagado de vida y muerte en un ecosistema donde el hombre es una pieza más y no un conquistador.

Gray acierta administrando los tiempos y los espacios, rueda con elegancia y saca partido tanto del entorno como de sus actores. Charlie Hunnam transmite la pasión de Fawcett y el amor por su familia en un papel que le supondrá seguro un salto cualitativo en su carrera, para el que en principio Brad Pitt y Benedict Cumberbatch eran los elegidos. El resto del reparto lo complementan sin fisuras en sus roles. Las atmósferas sobre todo en la jungla son tan bellas como inquietantes y aún le sobra metraje a Gray para mirar con agudeza las diferentes sociedades humanas que conviven en el tiempo separadas no solo por miles de kilómetros sino por ambiciones materiales y falsos orgullos y medallas.

Los nuevos descubrimientos dicen que Fawcett no iba desencaminado en sus predicciones. En definitiva, como ya se sabe no es el destino final sino el viaje lo que cuenta y Fawcett pagó el suyo con la única moneda de valor que posee el ser humano: la vida.

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