Uno se queda con las ganas de saber más de este matrimonio, quizás en otra película, entre un sheriff jubilado y una domadora de caballos que susurra recuerdos en el momento de las despedidas inevitables. Se aman con ese amor que ha resistido el paso de los años y la pérdida de un hijo; se intuye pasión y conflictos que aún perduran envueltos en un profundo respeto por sus diferencias. Darían la vida el uno por el otro. Me emocionan y me dan sana envidia. Acierta el director estadounidense Thomás Bezucha (1964) al tomarse el tiempo justo y necesario para que sintamos ese amor y lo hace apenas con las miradas, con pequeños gestos cotidianos de dos actores que dan la talla para llevarlo a cabo. Luego llegará el thriller, la tensión, la violencia, donde también se maneja con soltura Bezucha, marcando los tiempos y poniendonos de los nervios en algunas escenas donde otro par de actores necesitan muy poco para darnos miedo. El final es algo precipitado, le falta un pelín de metraje.

En definitiva un western notable de tono clásico en el que su director por primera vez en su filmografía dirige, guioniza y produce y a pesar de algún cliché consigue el pleno y aún deja caer unas gotas de crítica social.

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