Dieciocho films llevaba ya en sus alforjas esta directora japonesa (Nara /1969) incluida una Cámara de Oro en Cannes en el 97 por "Moe no suzaku", cuando la descubrí con "Aguas tranquilas" (2014) que me dejó poso y decidí seguirle la pista. En sus siguientes tres trabajos incluido el que nos ocupa no he vuelto a encontrar ese poso.

Supongo que dado que Kawase nació en Nara sus vínculos con el monte Yoshimo patrimonio de la humanidad hacen que le conceda el protagonismo de esta cinta donde sigue mimando la fotografía enraizada en sus orígenes en este caso de la mano de Arata Dodo con quien ya colaboró en su anterior trabajo "Hacia la luz" (2017). Las relaciones que el propio monte como entidad viva establece con algunos de los personajes crean una atmósfera mística, de comunión con la naturaleza que promete ser interesante en la primera hora. Sin embargo a medida que avanzan los minutos Nawase se enreda en un onanismo  críptico cuyas claves entiendo deben ser algo más que ese pasado del personaje que encarna La Binoche en esos poco afortunados flashbacks. Nagase y Binoche ceden la sugestión de sus rostros dejándose llevar sin rumbo por la mirada de Kawase. Más interesante es el personaje y la labor del personaje que encarna notablemente Mari Natsuki que como todo queda diluido entre algo tan maravilloso como el viento entre las ramas de los árboles, aunque eso solo no de para casi dos horas de metraje.

Lo de la planta "Visión", los números primos y el ciclo sagrado cada mil años, suena a Macguffin barato. Otra vez será.

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