La parábola que propone la novela del mismo título del escritor y antropólogo barcelonés Albert Sánchez Piñol publicada en el 2002, premio Ojo Crítico 2003 y traducida a varios idiomas no acaba de cuajar en la gran pantalla. Una alegoría sobre el hombre como colonizador social, incapaz de no imponerse "al otro" sea cual fuere este, preservando siempre de forma egoísta en beneficio propio su propia "comunidad". "Nosotros" siempre contra "ellos", nunca con ellos, en base a una supuesta superioridad del tipo que sea que no esconde otra cosa que miedo, frustración y control del poder y cuya consecuencia es encastillarnos y cerrar las puertas o poner fronteras a cal y canto. Solo hay que mirar alrededor y ojear el peridodico del día para constatarlo. Todo el simbolismo de la bella isla que nos ofrece sus recursos y de los que nos apresuramos a apoderarnos y a etiquetarlos como nuestros y ese faro que ilumina a conveniencia como referente inútil de una salvación que paradojicamente solo trae destrucción están magníficamente encarnados en una factura formal impecable y disfrutable con un diseño de producción excelente del recientemente fallecido y oscarizado Gil Parrondo.

La traslación en imágenes (magnifica fotografía de Daniel Aranyo) de la iconografía simbólica incluido esa raza de anfibios que crea Piñol en su novela cobran vida como mejor baza de la película de Xavier Gens. Pero el fondo del asunto o bien queda claro desde el principio y sobra mucho metraje o bien acaba enterrado paradojicamente en su superficie y termina por ser incomprensible o cuando menos carente de empatia. Los personajes arquetípicos bien interpretados no consiguen sin embargo hacerse entendibles y la repetición de las situaciones no ayuda en absoluto. La aventura se impone a la alegoría y esta primera acaba por ser decepcionante sin que lo justifique la segunda.
Aura Garrido oculta sobre una excelente labor de maquillaje arriesga y sale airosa con un personaje que acaba por ser el origen de un posible mestizaje siempre no consentido y abusivo cuyos hipotéticos descendientes acabarán siendo rechazados por ambas comunidades. Ejemplos en la historia de la humanidad hay muchos. Somos así y estamos abocados a consumirnos por nuestros propios monstruos, esos enemigos fruto de la intolerancia que necesitamos para odiar esa parte inconfesable de nosotros mismos de la que nunca nos alejaremos infinitamente y hace que nuestra piel siempre esté fría.

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