Justine acaba de ingresar a la carrera de medicina. Ella tiene entre sus compañeros, en algún grado mayor a su hermana, quien ha superado las novatadas y debe aplicarlas a los de nuevo ingreso. Supuestamente con hábitos alimenticios estrictos, la sospecha se viene abajo cuando una de las pruebas es comer carne cruda; desde ese momento la joven incipiente notará su gusto por el inadvertido y a la vez dislate plato fuerte.

Con una escena por demás impactante, “Voraz” abre una premisa sobre un drama, que a la larga resulta parsimonioso y poco expresivo. Sus personajes parecen demasiado contenidos durante los 98 minutos de duración, el desconcierto nunca abandona la gestualidad de Justine, y la saña necesaria para originarlos es insuficiente para hacer una película notable.

Lo que a simple vista es monstruoso, por momentos la directora da una idea de no tomarlo tan en serio con un sentido de humor negro que desentona con el drama asumido por la joven al adentrarse en las vejaciones para ser aceptado por los pupilos de dicha facultad. La exposición del entorno y vivencias de la chica no sólo alcanza sus inicios como estudiante de veterinaria, sino también se adentra en los excesos adjudicados por los jóvenes, aunado a la parte sexual, la cual es fugaz y que advierte de alguna forma el deseo mordaz sobre el otro, una alegoría de la juventud de hoy por comerse unos a otros e ir por el próximo.

Nada sorprendente, tal vez brille por no llevarlo al plano del horror y entablarlo más como un drama del individuo, perdido en una sociedad sorda.