Expediente Anwar cuenta una historia terrible. Una historia basada en algo que ocurrió realmente. En algo que ocurre todos los días, me atrevería a decir. ¿Dónde está esa supuesta manipulación con la que tanto se llenó la boca cierta crítica? ¿De verdad es manipulación, cuando todos sabemos de las prácticas de EEUU y otros tantos países?
No obstante, aclarado este punto, dicha historia terrible no es suficiente para hacer una buena película. Éso creyó Gavin Hood, y también Kelley Sane, pero no es así. Porque Expediente Anwar tiene un temible olor a telefilme de sobremesa, todo exageración y sentimentalismo, pero es que además resulta frío como el hielo, cuando la intención era exactamente la contraria. Y el más claro ejemplo lo encontramos en la historia de los jóvenes amantes norteafricanos. Su desenlace deja indiferente al espectador, a pesar de lo que ocurre en pantalla, y esa sensación se extiende a toda la película. Da igual lo que nos estén contando o cómo de duras sean las imágenes de tortura. La cinta de Hood, cuya puesta en escena es correcta pero nada apasionada ni sofisticada (vamos, que no es Kathryn Bigelow en Zero Dark Thirty), corre un velo entre espectadores y personajes, poniendo una distancia inaceptable entre ambos. No ayuda que Jake Gyllenhaal, un excelente actor, parezca tan desganado durante las casi dos horas de metraje, o que Reesee Witherspoon falle tan estrepitosamente en las escenas más emocionales (ver cuando grita a Whitman en mitad de un pasillo... ¡por Dios! Recordemos que esta actriz tiene un Oscar...). si hasta Meryl Streep, la gran Meryl Streep, parece actuar con el piloto automático puesto, sin garra ni interés.
Sólo un excelente Omar Metwally aporta la suficiente humanidad, sentimiento y entrega para que la desgraciada historia de Anwar El-Ibrahimi resulte interesante a nuestros ojos y la cosa no resulte un tedio insoportable. Sus escenas, las mejor filmadas por Hood y las que transmiten sentimientos más poderosos (ver las excelentes tomas de los interrogatorios) son lo que salva a una película con admirables intenciones pero simplón desarrollo. Podría haber dado para mucho más. No fue así.

Lo mejor: Omar Metwally y la denuncia que realiza la película de estas prácticas ilegales.
Lo peor: Reesee Witherspoon (ver su escena final) y la frialdad que desprende el conjunto.