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Voto de Lucio Minucio:
7
Thriller. Drama Keller Dover se enfrenta a la peor de las pesadillas: Anna, su hija de seis años, ha desaparecido con su amiga Joy y, a medida que pasa el tiempo, el pánico lo va dominando. Desesperado, decide ocuparse personalmente del asunto. Pero, ¿hasta dónde está dispuesto a llegar para averiguar el paradero de su hija?
30 de octubre de 2013
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Incendies, Villeneuve demostraba poseer tacto para abordar algunos de los puntos más bajos de la mísera condición humana, cualidad necesaria para elevar esta Prisioneros por encima de la media entre las de su clase. Con temple y sentido del drama, es capaz de equilibrar la maldad más abyecta y la enajenación con la inocencia y la ternura de los sentimientos nobles, sin que la historia se hunda en el tremendismo por alguno de los dos lados.

Algo de esto se atisba en la primera escena, en el que el ser civilizado se ve las caras con el inocente que pertenece totalmente a la naturaleza. Quizás sea de la conciencia del hombre como ser superior, elegido, donde nace esa miseria moral; cuyo consecuente despotismo empieza cebándose en los seres “no racionales”, y en las justas circunstancias se extiende a miembros de la propia especie. Esa justificación moral que otorga el convencimiento de pertenecer a una élite pasa algunas cribas, en las que va perdiendo su carácter social, acaba en lo meramente individual.

Prisioneros no evita algunos lugares comunes del género -el idílico entorno familiar y festivo, la siguiente concatenación de hechos, son terrenos trabajados en los thrillers de David Fincher o las adaptaciones del novelista bostoniano Dennis Lehane, Gone baby gone y Mystic river-, aunque pronto adquiere entidad propia. A esto contribuye una conseguida atmósfera lluviosa, que parece contagiar el pesaroso ánimo de los personajes.

Estos superan el arquetipo -con permiso de una madre estancada en su estado doliente-; el padre es uno de esos buenos ciudadanos cercanos a la paranoia, que acumula víveres y obtiene la cena de acción de gracias directamente de la naturaleza (“espera lo mejor, prepárate para lo peor”), pero se ve inevitablemente desbordado por un suceso imprevisto. Y un policía, que si no atormentado, sí muestra una existencia anodina, que no parece tener otro sentido que el de vagar cual demiurgo en el caos, como si se sintiese impelido a expiar alguna culpa o carencia no revelada. Parece un inadaptado, incapaz de manejarse en convencionalismos. Su contraposición con la progresiva tensión del personaje de Jackman resulta un punto estimulante por el choque entre el deber de uno y el conflicto moral del otro.

Como mera curiosidad, parece que el protagonismo iba a recaer en un principio en Christian Bale y Mark Wahlberg, quedando el segundo en tareas de producción; ambos acabaron involucrados en The Fighter (David O. Russell, 2010), por la que la estupenda Melissa Leo -con un importante papel secundario en ambos títulos- ganaría el Oscar.


Prisioneros podría presentar una metáfora de una sociedad atenazada por temores infundados y/o magnificados, con muchos ciudadanos más preocupados por ser víctimas de ataques terroristas que de un trivial accidente o un fallo cardíaco. Y en consecuencia emplean más esfuerzos en almacenar recursos en refugios anti bombas, que en nimiedades tales como cuidar la salud o cumplir con las visitas al taller. Un sinsentido cuya gestación empieza a entenderse cuando ves en los medios a fulanos presuntamente independientes, que ejercen de voceros de gobiernos, empresas y demás interesados con posibles.

Resulta comprensible que, estando tan ocupados los inhumanos órganos administrativos y tácticos injiriendo en políticas ajenas, se les escapen continuamente fallos del sistema desde dentro. Y entonces, cuando ha ocurrido la tragedia, aparecen en primera plana los representantes de la castuza, deshechos en hipócritas gestos de teatrera indignación. La misma que veo frecuentemente por estos lares, ejemplificada ahora con el sonado operativo de pinchazos telefónicos. ¿O es que de verdad habían creído estos fariseos que en algún momento habían tratado de igual a igual con los EEUU?

Para continuar el intervencionismo libertario no necesitan un ministerio de guerra, sino uno de defensa (pues todo se hace en pos de esta). Nadie lo definió mejor que el presidente Peter Sellers en Teléfono rojo: “¡Caballeros, no pueden pelearse aquí! ¡esto es el departamento de guerra!”
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Lucio Minucio
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