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Críticas de Lucio Minucio
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
4
31 de mayo de 2012
20 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me da la impresión de que en ocasiones basamos demasiada parte de nuestro criterio en los nombres que están detrás de la película, cuando quizás deberíamos hacer un ejercicio de abstracción y apreciarla como si no dispusieramos de ninguna información más de la que nos da la propia obra. Esta es una impresión personal y algo ingenua, lo admito.

En el presente caso, yo no hubiera reconocido el sello personal de Smith (acaso en algunos diálogos chistosos de la primera media hora, aunque se trate esta de una parte cómica "sin gracia"), y eso no sé si es bueno o malo. Sus seguidores podrían sentirse defraudados o, todo lo contrario, admirados ante su versatilidad. Yo no lo soy, así que en ese punto no me importa.

Intentando obviar entonces el mérito o demérito que suponga que su artífice sea el mismo de la bastante divertida Clerks, no me ha convencido por poco. Para empezar, ningún personaje está suficientemente desarrollado; veo actuaciones meritorias, pero están defendiendo la nada.
La oposición al fundamentalismo religioso creo que queda clara, aunque la encuentro banal. Cualquiera que sea tan poco racional para considerar 'realmente' sus creencias místicas superiores y dignas de prevalecer sobre las demás, es un fundamentalista en esencia. Y al integrismo teísta establecido le debe sentar bien que se carguen las culpas contra grupillos como el de los Cooper, que definitivamente han perdido el norte, se han separado de la sociedad bienpensante. Es como hablar del capitalismo salvaje para dignificar el capitalismo “usual”, y representar uno como si fuera una desviación anormal del otro; si bien parece más bien una consecuencia bastante lógica, por no decir que es lo mismo.

No creo que esta sea una consideración capciosa, como sin duda la encontrará un creyente. Hay suficientes ejemplos en las parábolas de Jesús; por ejemplo, en la de las monedas (Lucas 19, 27), que termina así: “En cuanto a mis enemigos, esos que no me quisieron por rey, traedlos aquí y degolladlos en mi presencia”.

“Reza por más soldados muertos”, “Gracias Dios por el 11-S”, “Dios odia a los maricas (sustitúyase por Judíos, América, etc) son algunos de los lemas que suelen enarbolar estos payasos en sus apariciones públicas -¡qué no dirán en sus reuniones privadas!
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Lucio Minucio
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7
30 de octubre de 2013
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Incendies, Villeneuve demostraba poseer tacto para abordar algunos de los puntos más bajos de la mísera condición humana, cualidad necesaria para elevar esta Prisioneros por encima de la media entre las de su clase. Con temple y sentido del drama, es capaz de equilibrar la maldad más abyecta y la enajenación con la inocencia y la ternura de los sentimientos nobles, sin que la historia se hunda en el tremendismo por alguno de los dos lados.

Algo de esto se atisba en la primera escena, en el que el ser civilizado se ve las caras con el inocente que pertenece totalmente a la naturaleza. Quizás sea de la conciencia del hombre como ser superior, elegido, donde nace esa miseria moral; cuyo consecuente despotismo empieza cebándose en los seres “no racionales”, y en las justas circunstancias se extiende a miembros de la propia especie. Esa justificación moral que otorga el convencimiento de pertenecer a una élite pasa algunas cribas, en las que va perdiendo su carácter social, acaba en lo meramente individual.

Prisioneros no evita algunos lugares comunes del género -el idílico entorno familiar y festivo, la siguiente concatenación de hechos, son terrenos trabajados en los thrillers de David Fincher o las adaptaciones del novelista bostoniano Dennis Lehane, Gone baby gone y Mystic river-, aunque pronto adquiere entidad propia. A esto contribuye una conseguida atmósfera lluviosa, que parece contagiar el pesaroso ánimo de los personajes.

Estos superan el arquetipo -con permiso de una madre estancada en su estado doliente-; el padre es uno de esos buenos ciudadanos cercanos a la paranoia, que acumula víveres y obtiene la cena de acción de gracias directamente de la naturaleza (“espera lo mejor, prepárate para lo peor”), pero se ve inevitablemente desbordado por un suceso imprevisto. Y un policía, que si no atormentado, sí muestra una existencia anodina, que no parece tener otro sentido que el de vagar cual demiurgo en el caos, como si se sintiese impelido a expiar alguna culpa o carencia no revelada. Parece un inadaptado, incapaz de manejarse en convencionalismos. Su contraposición con la progresiva tensión del personaje de Jackman resulta un punto estimulante por el choque entre el deber de uno y el conflicto moral del otro.

Como mera curiosidad, parece que el protagonismo iba a recaer en un principio en Christian Bale y Mark Wahlberg, quedando el segundo en tareas de producción; ambos acabaron involucrados en The Fighter (David O. Russell, 2010), por la que la estupenda Melissa Leo -con un importante papel secundario en ambos títulos- ganaría el Oscar.


Prisioneros podría presentar una metáfora de una sociedad atenazada por temores infundados y/o magnificados, con muchos ciudadanos más preocupados por ser víctimas de ataques terroristas que de un trivial accidente o un fallo cardíaco. Y en consecuencia emplean más esfuerzos en almacenar recursos en refugios anti bombas, que en nimiedades tales como cuidar la salud o cumplir con las visitas al taller. Un sinsentido cuya gestación empieza a entenderse cuando ves en los medios a fulanos presuntamente independientes, que ejercen de voceros de gobiernos, empresas y demás interesados con posibles.

Resulta comprensible que, estando tan ocupados los inhumanos órganos administrativos y tácticos injiriendo en políticas ajenas, se les escapen continuamente fallos del sistema desde dentro. Y entonces, cuando ha ocurrido la tragedia, aparecen en primera plana los representantes de la castuza, deshechos en hipócritas gestos de teatrera indignación. La misma que veo frecuentemente por estos lares, ejemplificada ahora con el sonado operativo de pinchazos telefónicos. ¿O es que de verdad habían creído estos fariseos que en algún momento habían tratado de igual a igual con los EEUU?

Para continuar el intervencionismo libertario no necesitan un ministerio de guerra, sino uno de defensa (pues todo se hace en pos de esta). Nadie lo definió mejor que el presidente Peter Sellers en Teléfono rojo: “¡Caballeros, no pueden pelearse aquí! ¡esto es el departamento de guerra!”
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Lucio Minucio
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6
26 de diciembre de 2010
21 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vistosa parodia histórica, efectiva como entretenimiento, menos útil en su valoración política y sociológica; el Imperio Romano cayó, más bien por sus propios excesos, que por la proliferación de grupúsculos religiosos con más o menos predicamento entre el populacho.

Las simpáticas caracterizaciones de Nerón, descendiente de una estirpe extraordinaria (Tiberio o Calígula le precedieron, nada menos), y de Petronio, animan una trama encallada en las cuitas sentimentales del romano interpretado por Taylor (antes de hostigar cristianos había practicado con los comunistas); que enlaza momentos grandiosos y otros algo mediocres (manifestación milagrera inluida).

Poco más que añadir a las estupendas críticas que preceden esta paupérrima opinión; atención especial a la espléndida comparación de la fauna circense con esos aprendices de tirano que son los fusiladores; sic semper tyrannis, Caprio.
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Lucio Minucio
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Complot para la paz
Documental
Sudáfrica2013
6.6
139
Documental
7
3 de diciembre de 2013
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la vida, como en el juego, nos toca jugar con las cartas que tenemos disponibles y no con las que nos gustaría. Con un símil parecido, arranca la historia de Jean-Yves Ollivier, un señor francés mayor, locuaz, tocado con unos tirantes de indescriptibles estampados.

Ollivier, nacido en Argelia, exiliado tras la guerra, dice conocer “el drama que supone que dos comunidades vivan separadas la una de la otra y se odien”. Así, cuando viaja a Sudáfrica, su convicción le lleva a actuar ante la deriva de un país abocado a la tragedia. Este comerciante con contactos en las altas esferas, urde una trama con el fin de socavar el atolladero insostenible del Apartheid, participando en una conspiración para liberar a Mandela.
El documental dista de ser una lección exhaustiva de historia. Su ritmo recuerda más a un thriller de ficción que a Shoah. Imágenes de archivo nos introducen en el contexto del apartheid, la parte más cruda y pesarosa, para a continuación dejar paso a una ágil trama política.

Los entrevistados -líderes políticos, altos cargos militares, agentes de servicios secretos- ofrecen con sus distintas visiones un retrato fidedigno de la situación, e incluso alguna opinión contrapuesta que da al asunto una jugosa ambigüedad. No obstante, mientras Winnie Mandela considera al protagonista un visionario, para el líder del ANC (Congreso Nacional Africano) Thabo Mbeki, no merece ninguna simpatía.

Con el trato dado a la historia, desgranando hábilmente una trama en la que caben espías, cubanos o intercambios de prisioneros, consigue que al llegar el desenlace, no por conocido, deje de resultar emocionante.

No deja de recordarme a otros estupendos documentales recientes: el archiconocido Searching for Sugar man (con Sudáfrica de fondo) o Anvil (el de la banda de heavy canadiense), en los que se redime a sus protagonistas del olvido, y en los que sus autores supieron crear sendos retratos humanos de gran valía.

Quizás algún día se haga justicia a otros olvidados: los ocho agentes del CNI caídos en Irak, su lugar de trabajo habitual, donde informaron ANTES del ingreso de España en la guerra de dos puntos vitales: EEUU invadió Irak para evitar que vendiesen todo su petroleo a Francia, y de la no existencia de armas de destrucción masiva. Agentes que debieron quedarse perplejos al asistir a la adhesión de su país al cotarro, y que fueron asesinados en represalia, al creerlos cómplices de un gobierno que los había condenado.

“Mandela tuvo un sueño, igual que Martin Luther King, y se irá de este mundo sin verlo hecho realidad. Por eso es nuestro deber continuar con ese sueño, que se lleve a cabo.”
Jean-Yves Ollivier.

Empezó y acabó con un juego de cartas. Un hombre solitario en la habitación, cuyos actos dejaron huella indeleble en la historia. Los aplausos quedan para los títeres ávidos de poder y gloria.
Lucio Minucio
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