Cuando los hombres de un pequeño pueblo, al sur de la frontera, han comenzado a cansarse de los abusos de Calvera y su pandilla de asaltantes, Hilario propone que consulten al Anciano (Maestro) para que les diga lo que tienen que hacer. La respuesta de éste es lacónica y se resume en una palabra bastante precisa: “¡Luchen!”. ¿Cómo? ¿Con qué? ¿Con ayuda de quién?... Son cosas que habrá que resolver en el proceso, pero, tomada la decisión y cuando lo que se busca es justicia, es bien seguro que el universo jugará sus cartas para que, el mal, no se prolongue indefinidamente.

Es así, como tras contactar a Chris (asociable a Christian… ¡o a Christ!), éste se hará con seis colaboradores (mitad de los doce), quienes, dispuestos a que se les pague con una suma irrisoria, cama y comida (desprendimiento apostólico), se dispondrán a llevar su protección y su mensaje de amor y paz, a este pueblo olvidado de la ley y la justicia social.

Podría decirse que la metáfora funciona, aquí, con apuntes más espirituales que en la historia original de “Los Siete Samuráis”, donde el cuento-realidad era claramente definido: El pueblo está siendo oprimido > Nosotros lo ayudaremos a defenderse. Pero, sin duda, la sensibilidad que logra imponer Akira Kurosawa en cada uno de sus personajes –para nosotros totales desconocidos, excepto uno o dos- no tiene parangón y consigue llegarnos hasta muy adentro.

En frecuentes casos, el gran error de los westerns hollywoodenses, es que sus protagonistas lucen demasiado divos/as y tan bien puestos que resultan falsos y anacrónicos. En este sentido, el western europeo captó mucho mejor (sin poses) la verdadera esencia del pistolero del siglo XIX (cabello sin corte, barba sin afeites, ropas descuidadas, sombreros burdos, botas sin lustre alguno)… ¡Lástima que faltaran guionistas y directores con más categoría!

En “LOS SIETE MAGNÍFICOS”, a Chris (Yul Brynner) la gente del pueblo debió sentirlo como si llegara un semi-dios; Britt (James Coburn) debió lucirles como una suerte de gigante; y Lee (Robert Vaughn) parece que se hubiera equivocado de set y perteneciera a una historia de gánsteres adictos. También este caso y el de Harry (Brad Dexter), da cuenta de que los Siete Magníficos eran solamente cinco, pues, estos dos, dejan mucho que desear.

En “Los siete samuráis”, queda muy claro que no hay interés político alguno, diferente al de mostrar el legítimo derecho de los pueblos a defenderse contra toda tiranía. En cambio, en la película de John Sturges, queda ese sinsabor a “EEUU tiene el poder y sólo nosotros podremos defenderlos, amigos”. En este sentido, Henri Verneuil, hizo una buena réplica, en 1968, con “Los Cañones de San Sebastián”, donde -en el mismo set- mostró a un anti-héroe con más de Kurosawa que de Sturges, tan sólo orientando al pueblo para que se defienda por sí mismo.

Pero, comparaciones aparte, el filme se hace bastante llevadero, la ambientación convence aunque sin resalto alguno, el tema central del compositor, Elmer Bernstein, imposible de olvidar… y la historia no deja de ser ejemplarizante, con unos diálogos de William Roberts, donde hay apuntes bastante atinados. Veamos un ejemplo:

-No se puede enterrar ahí (en el cementerio del pueblo) porque es un indio.
-Siempre pensé que bastaba con ser un cadáver para ir al cementerio. ¿Desde cuándo ocurre esto?
-¡Desde que ‘esto’ se ´civilizó’!

Título para Latinoamérica: SIETE HOMBRES Y UN DESTINO