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Voto de Luis Guillermo Cardona:
8
Drama Wladyslaw Szpilman, un brillante pianista polaco de origen judío, vive con su familia en el ghetto de Varsovia. Cuando, en 1939, los alemanes invaden Polonia, consigue evitar la deportación gracias a la ayuda de algunos amigos. Pero tendrá que vivir escondido y completamente aislado durante mucho tiempo, y para sobrevivir tendrá que afrontar constantes peligros. (FILMAFFINITY)
28 de abril de 2015
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 23 de septiembre de 1939, el apreciado compositor y pianista ruso-polaco Władysław Szpilman, interpretaba para La Radio de Varsovia, el Nocturno en do sostenido menor de Frédéric Chopin… y mientras se hallaba en ese estado de profunda compenetración que mantenía con su piano, una bomba lanzada por el ejército alemán afectó las instalaciones de la emisora y Szpilman tuvo que suspender su interpretación para buscar donde refugiarse. Capturado, luego, junto a sus padres y hermanos, Władek (como se le llamaba familiarmente), consiguió escapar con la ayuda de un amigo, mientras que sus familiares fueron llevados al campo de exterminio de Treblinka… y ya nunca más volvería a verlos.

Durante los siguientes años de la guerra, de acreditado artista, Szpilman pasará a ser literalmente una suerte de hombre-ratón, ya que sobrevivir a las bombas y a las masacres, esconderse en uno y otro refugio, y alimentarse casi siempre de migajas serán experiencias de cada día. Este largo e impactante proceso es el que, con marcado virtuosismo, va a contarnos el director Roman Polanski, logrando recrear un drama humano de fuerte significado, en el que quizás lo que más pesa es ese incesante efecto de solidaridad en cadena conque los polacos enfrentan el conflicto.

Basado en el libro autobiográfico que, con el título “Śmierć Miasta” (Muerte de una ciudad), publicara Szpilman en 1945, y con guión de Ronald Harwood, “EL PIANISTA” es un filme soberbiamente ambientado e impecablemente fotografiado que, además sobresale por una historia en la que no hay héroes (y si los hay son anónimos), porque el protagonista es más un ejemplo de la capacidad de supervivencia en un medio donde la muerte ronda por cada calle, y sin verse forzado y ni siquiera motivado, a hacer daño a nadie para conseguir preservarse con vida. La historia funciona como si la vida tuviera predestinado a Szpilman para algo muy significativo y entonces, quizás sobrepase el terrible conflicto social, como si, para la muerte, él fuese completamente invisible.

Pocas veces hemos visto tan perfectamente calculadas y tan logradas escenas de guerra como las que ha logrado Polanski, manteniendo en cada plano una plástica admirable y el más profundo repudio a la brutalidad del nazismo. No obstante, llegará ese momento en que, como tan plausiblemente lo hiciera Julius Fučík, en su memorable libro “Reportaje al pie de la horca” (1945), también Polanski encontrará una sensible forma de demostrar que, en el más negro de los pantanos, también puede brotar una bella flor.

Con “EL PIANISTA”, no creo que haya alma que pueda permanecer indiferente, pues cada personaje ha sido dotado con tanta fuerza interior y con tan intensa emocionalidad que, algunos de ellos, conseguirán llegar hasta nuestras fibras más profundas. Ese discapacitado que “no obedece” la orden de pararse… Esa mujer que se pregunta incesantemente: “¿Por qué lo hice?”… Esa otra mujer cuyo cuerpo se dobla impactantemente en la calle… Ese anciano que hace carantoñas a los soldados alemanes esperando salvar la vida de algunos niños… Szpilman famélico tratando de abrir el tarro de conservas… y entre otros tantos momentos de gran intensidad dramática, la repentina presencia de ese singular capitán, Wilm Hosenfeld, sensible al arte y a la música donde quiera que la encuentre, como si en su atormentada alma, contra todo se preservara un virtuoso trocito de Chopin, Mahler, Beethoven y demás grandes cultores de la música inmortal.

Impecable Adrien Brody, el hombre-ratón aferrado a la vida y con toda suerte de “ángeles” por donde camina… aunque siento que faltaron detalles reales -que los hubo- donde se demuestre que su presencia en la guerra no fue tan individualista. Muy bueno, Frank Finlay como papá Szpilman, pensando debidamente en cada miembro de su familia y cuidando de ese violin que, para él, es todo un tesoro. Y Thomas Kretschmann dejará su huella cuando, hasta él, resulta ser un ángel para quien nunca lo esperaba.

Como pensara, mi apreciado Julius Fučík, también creo que, sin la música, en un silencio pleno quedaría la vida, así como no habría vida si no hubiera sol.
Luis Guillermo Cardona
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