Una de las películas de mi vida, que en la velada de Nochevieja volví a revisar.

Si mal no recuerdo, fue la primera que vi de Alan Parker, recomendadísima por mis progenitores, y aún sigue impresionándome como cuando, atónito, me desvirgué con ella.

Poquísimas veces el efectismo y los excesos visuales han sido tan descarnada y desoladoramente plasmados en una pantalla, y con tanta intensidad emocional.

Parker es un maestro en eso, qué duda cabe.

Por lo demás, quizá sea un poco maniquea y xenófoba, pero difícilmente en este caso me podría resbalar más. El modo que tiene esta impepinable obra maestra de cogerme del esófago de principio a fin es indescriptible, con ese ambiente tan insano y claustrofóbico que Parker imprimió magistralmente y con un Brad David descomunal, obviamente en el papel de su vida.

Que Oliver Stone haya pasado de colaborar aquí a rayar el más profundo de los patetismos con World Trade Center me supera, de verdad.

Sombreros y cadenas fuera, por favor.