Bob Dhalin: Me han sobrados unos céntimos, espera que lo meto en las tragaperras a ver si hay suerte, si quieres vamos a pachas.

Colega de Bob Dhalin: Bob, a que no hay narices de hacer una película con ese presupuesto?

Bob Dhalin: Qué te va?

Colega de Bob Dhalin: un café, tío.

(Nota mental: Nunca subestimeis el poder de apostarse un café para un buen americano.)

Dicho y hecho el aguerrido Bob salío de ese tugurio maloliente donde los codos se te quedaban pegados a la barra al tomar café y cogió su cámara (perdonad que interrumpa la historia, sólo es para deciros que la cámara era una de esas que salen en las pelis antiguas, que se mete el tío en el pañito y pide sonrisas al personal) y se fue manos a la obra.

Las manos, no se la verdad dónde se las había poder metido, pero la obra... la obra es más grande que el Día del Corpus.

No puedes evitarlo, te partes de risa, con esos planos que pretenden aterrorizar sobre una salvaje masacre en un armario y los planos que las siguen, dos segundos después. Ojos desorbitados, guantes de goma, gruñidos de cerdos apareándose.

El "corta" y "pega" en ésta película lo hizo un niño de seis meses con un cuter, como iniciación a la profesión de su padre, de modo que hay escenas, que sin aparente conexión, cambian en décimas de segundo a otra estancia, con otra decoración, pero no importa. No importa nada, es una película de cerveza y patatas fritas, una película para ver con amigos en un día tonto de esos que te ríes hasta mirándote al espejo.

Si veis la película, hacédlo con los ojos del humor... el la única fórmula para no pensar en el suicidio.