Puedo estar de acuerdo con muchos de los profesionales críticos en que esta historia supone un final agridulce, pero en cierta forma cerrado para Pinkman.
Puedo estar de acuerdo, y lo estoy, en que la interpretación de Aaron Paul es no solo sólida, sino totalmente brillante con respecto a lo que el medio nos tiene acostumbrados (En particular estos días en los que me hinchado a cine francés).

Agradezco la pausa y mimo con la que Jessie se enfrenta a sus fantasmas, pero lamento que la mayor parte de estos conflictos sean tan solo reminiscencias del pasado que no sustancialmente afectan a sus decisiones en el presente.

El aspecto técnico sigue la línea a la que la serie original nos tiene acostumbrados, pero con lo que para mí son dos diferencias notables, la fotografía, que se torna infinitamente más interesante y la atmosfera que se crea en torno a la ciudad de Albuquerque es más agria, más fría, como si la parca hiciese acto de presencia desde la primera toma.

Para mí, este epilogo carece del elemento esencial que convirtió a Braking Bad en una serie memorable: La paulatina corrupción del alma de sus personajes, ya sea por formato, o por el interés de contar lo contado.