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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
7
Bélico. Drama Segunda Guerra Mundial (1939-1945). La batalla de Iwo Jima (1945), el episodio más cruento de la guerra del Pacífico, quedó inmortalizada en la foto de unos soldados que izaban una bandera norteamericana. El objetivo de esta batalla era la toma de un islote insignificante, pero de gran valor estratégico, pues desde allí los japoneses defendían su territorio. En la contienda cayeron más de 20.000 japoneses y 7.000 estadounidenses. ... [+]
14 de marzo de 2010
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una de las escenas más justamente famosas de la historia del cine, un periodista, tras conocer la auténtica narración de la muerte de Liberty Valance, arroja al fuego la versión verídica de los hechos y le dice a James Stewart aquello de que en el Oeste, cuando los hechos se convierten en leyenda, sólo se imprime la leyenda.

Eastwood, como Ford entonces, es un viejo testarudo que lleva años empeñado en que no sólo se impriman las leyendas, sino que salgan a relucir las verdades que hay detrás. “Sin perdón” hurgaba ya en la trastienda del western, exponía sin pudor alguno todos sus trapos sucios y hacía prácticamente imposible que nadie se atreviera a acercarse al mundo del salvaje oeste con la cándida credulidad de antaño. En “Banderas de nuestros padres”, Eastwood hace lo propio con el heroísmo bélico, ese sentimiento popular tan demasiado a menudo bastardeado y manoseado por intereses espúreos, y examina el espacio que separa los actos de los soldados en combate y la percepción colectiva de esos hechos. Elige para ello, nada menos, uno de los iconos más incontestablemente patrióticos del imaginario popular americano, tan proclive a alimentar la imagen del grupo de héroes surgidos del pueblo llano que se sacrifican por la gloria de su nación común: la foto del grupo de soldados que izó la bandera de los Estados Unidos en lo alto de un cerro en Iwo Jima. La imagen de la victoria.

Pero esa leyenda, nos dice Eastwood, no se corresponde con los hechos. Los hechos nos dicen que esa foto no es sinónimo de victoria, porque fue tomada en el quinto de los 40 días que duró el combate, y nos dicen también que aquella no era la primera, sino la segunda bandera que allí se izaba. Los soldados que izaron la primera bandera murieron todos poco después, y los que posaron con la segunda tendrán que afrontar, cada cual a su manera, el hecho de estar suplantando a los que ellos consideran los auténticos héroes en una interminable y grandilocuente gira para recaudar fondos para la guerra. Y después, el olvido para todos y la miseria y la muerte para alguno de ellos.

Lo cierto es que “Banderas de nuestros padres”, a pesar de sus muchos aciertos, no es una película redonda. El montaje es poco ágil y está descompensado, los tres planos temporales en que se estructura la acción no acaban de estar bien conjuntados y cae por ello con frecuencia en la reiteración. Las escenas bélicas son muy buenas, pero uno no puede evitar pensar en “Salvar al soldado Ryan”. (Qué ironía: la primera media hora de la peli de Spielberg, convertida en el “Sin perdón” del cine bélico.) Aun así, hay pasajes del mejor Eastwood y momentos de extrema y dolorosa belleza, entre los que destaca uno, por lo que tiene de sublimación del mensaje final de la peli: ese gozoso chapuzón colectivo en las aguas sangrientas de Iwo Jima, en el que adivinamos, por fin, cuál era la bandera que, más allá de patrioterismos, hermanaba realmente a los soldados que lucharon allí.
Normelvis Bates
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