Unos ladrones buenísimos planean robar un dineral a unos facciosos malísimos. Mientras lo hacen y no, aparece una muda, víctima de la represión, que baila muy requetebien. El ladrón joven e ingenuo la pasea por la ciudad a lomos de un caballo que le prestan en el hipódromo (¿!). Mientras el ladrón viejo y de-vuelta-de-todo se pega el gran planchazo con su añorada mujercita y su hijo preadolescente. Como aderezo para esta ensalada agridulce y exótica se añade un asesino que persigue al chico bueno y puro. Todo este tinglado se desarrolla en el Chile post-pinochetista.
Bueno -pienso mientras la veo- un típico producto del cono sur, con sus milongas y su dosis de desamor y sus diálogos dulzones. Pues resulta que lo dirige el ínclito Trueba, don Fernando. Juro que me había olvidado que la peli era de él y que me he quedado sorprendido.