Verónica fue la confirmación de que tenemos una cantera prometedora en el cine de terror patrio pero que nunca eclosionará como aquella ola de fantaterror y exploitation que, de la mano de insignes creadores, como Chicho Ibañez Serrador, y aventureros con mucho oficio, como Jorge Grau, Larraz o el primer Eloy de la Iglesia, puso a España al nivel de otras cinematografías europeas de serie B que marcaron una época en que el cine aún se entendía como un arte liberativo y no un puro negocio especulativo.
Paco Plaza es un director que aprecio, pero que, como tantos otros de su generación ha optado por la seguridad del cine de género mainstream en lugar de aventurarse por caminos más incómodos pero arriesgados, como sí ha hecho Carlos Vermut, por ejemplo. Sin embargo, se le agradece que con este último hayan parido ese monumento que es La Abuela. Con Verónica optó por deslizarse en terrenos en los que ya había transitado soslayadamente en la saga que elaboró junto con Jaume Balagueró, REC: el terror religioso. Destaca de esta peli la frescura interpretativa y la factura visual, que aun de aspecto simple es muy efectiva y menos efectista de lo que se esperaría de alguien que se aproxima a este tipo de terror. Y admiro sus modestas pretensiones, demostrando que el horror más primario funciona sin esas ínfulas de trascendencia que últimamente puebla la cartelera del género.
Hay mucho de lugar común en lo que he dicho, al igual que lo hay en este film, pero plasmado de forma tan natural y naturalista, que parece un spin off de Barrio, aquel hito noventero de León de Aranoa que tan bien dibujaba el paisaje de una barriada de 'clase obrera' en la gran ciudad, como lo es Vallecas. En ningún otro lugar podría darse esta conjunción de forma tan orgánica como en esta obra.

Simplemente, veanla desprejuiciadamente.