Esta semana se han otorgado los Oscar que corresponden a la mejor película de 2013, saliendo vencedoras de entre las nominadas 12 Años de Esclavitud. La película no me mató pero está bien, pero una vez entregados los premios siempre se me pasa por la cabeza la misma pregunta ¿Nos acordaremos de ella de aquí a veinte años? Y aunque es posible que la peli de Steve McQueen si sea recordada con el paso del tiempo ¿Alguien se acordara de Argo, Crash, En Tierra Hostil y The Artist en ese periodo de tiempo? ¿Se acuerdan de ellas ahora? Todo esto viene a cuento porque de Rocky, casi cuarenta años desde que se llevara los premios más importantes, si nos acordamos.

Se trata de un guión de Sylvester Stallone que puso en imágenes John G. Avildsen -ganando un Oscar por su labor-, director que vive de las rentas de las dos partes de Rocky que ha hecho -esta y la quinta- y la primera trilogía de Karate Kid. El reparto: Sylvester Stallone, Carl Weathers, Burgess Meredith, Talia Shire y Burt Young, casi todos ellos nominados -salvo Weathers, alias Apollo Creed-.

Rocky Balboa (Stallone) es un talentoso boxeador con una carrera truncada por las decisiones que ha tomado en vida. La oportunidad de cambiar el sino le llega cuando el campeón mundial de los pesos pesados de ese deporte, Apollo Creed (Weathers), le ofrece un combate por el título; Rocky acepta -al mismo tiempo que inicia una relación con una tímida dependienta de una tienda de animales (Shire)-.

Se nota que está realizada en los años setenta -el look, la fotografía, la música, la dirección- pero esta primera parte de Rocky me parece una película atemporal, y mejor todavía, generacional sea cual sea el año en el que se ha nacido. Conozco poca gente que no haya crecido con Rocky y con las secuelas a las que muchos quitan valor. A mi todas -salvo las 5 y tal vez Rocky Balboa- me parecen grandes películas, y esta sin duda es uno de los mejores y más merecidos clásicos del cine.

Sin entrar en muchos detalles fílmicos, lo es por muchas cosas: por la historia de superación, por la tímida y (por una vez) diferente trama amorosa, por la entidad de cada personaje, por la música de Bill Conti, por las múltiples escenas icónicas que ha dado al cine, porque no cabe duda de que Stallone aquí mola; obviamente porque el combate final bien valía pagar la entrada de cine, y sobre todo por la de veces que la he disfrutado, sea en cine, VHS, TV, DVD o el formato en el que vaya a seguir haciéndolo en el futuro.