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Voto de Maija Meier:
8
6.1
1,151
Drama
Diez años después, Oliverio sigue buscando a la mujer que sea capaz de volar. Tras varios intentos, en España conoce a una equilibrista, y con ella logra demorar el tiempo y vencer a la muerte
30 de noviembre de 2020
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Nueve años después de la primera parte, originalísima, Eliseo Subiela dirige y escribe la segunda. Este largometraje merece una oportunidad a riesgo de descepcionarte, porque... ¿Cómo no prestarle oportunidad a la continuación de una obra maestra y a su vez cómo no temer en arruinar la historia? Lo cierto es que el temor por arruinarla no está en sus manos sino en las manos de la vida misma. Sólo puede temer aquel que, platónicamente, busca lo permanente. Quien no desee renunciar a la permanencia, a la parmenídea permanencia del ser, encontrará aquí dolor. Es menester enfrentar la obra con temple heraclíteo, dispuesto al cambio, a la existencia fluyente. Porque a fin de cuentas, es la vida lo que pasa, el tiempo lo que arruina.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
En principio, la obra indaga sobre una gravedad ontológica que todo lo arrastra hacia el suelo, hacia el imperativo de la tierra. Esta curvatura existencial es, puede decirse con suma consideración, kafkiana. Pesa el ser y el vacío, la nada. Y el tiempo, una suerte de sicario motoquero y a veces burlón, se muestra siempre fuerte e impiadoso, intimidante ante el existente. La muerte, en cambio, inmutable y bella, siempre elegante bajo la consideración de una oscura esperanza, la misma de siempre: su abrazo a partir de su reflejo.
Una reflexión, entre tantas, que acontece dolorosamente impúdica, tiernamente sutil, es: ¿qué ha sucedido con nuestro amor? La única fortuna aquí es la correspondencia del vacío, porque cuando en una de las partes ha sobrevivido la chispa capaz de encender las extensas llanuras del corazón, la fortuna se disipa y aflora la desgarradura. No obstante, una especie de ley del amor parece asomarse, al menos como tesis, en esta obra vital: si hubo pasional correspondencia en el amor mayúsculo, habrá tierna correspondencia en el gran vacío. El dolor da un paso al costado ante la ternura, que acompañada del asombro indaga en los curiosios misterios lunares.
El giro vitalista pronto va formándose, cual si se pasara de libro en libro, de las imágenes de Kafka, atravesando los versos de Pizarnik, hacia la vitalidad de Nietzsche.
Una reflexión, entre tantas, que acontece dolorosamente impúdica, tiernamente sutil, es: ¿qué ha sucedido con nuestro amor? La única fortuna aquí es la correspondencia del vacío, porque cuando en una de las partes ha sobrevivido la chispa capaz de encender las extensas llanuras del corazón, la fortuna se disipa y aflora la desgarradura. No obstante, una especie de ley del amor parece asomarse, al menos como tesis, en esta obra vital: si hubo pasional correspondencia en el amor mayúsculo, habrá tierna correspondencia en el gran vacío. El dolor da un paso al costado ante la ternura, que acompañada del asombro indaga en los curiosios misterios lunares.
El giro vitalista pronto va formándose, cual si se pasara de libro en libro, de las imágenes de Kafka, atravesando los versos de Pizarnik, hacia la vitalidad de Nietzsche.