Haz click aquí para copiar la URL
España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Animación. Comedia. Infantil Ferdinand es un novillo muy tranquilo que prefiere sentarse bajo un árbol a oler las flores que saltar, resoplar y embestirse con otros toros. A medida que va creciendo y haciéndose fuerte, su temperamento no cambia y sigue siendo un toro manso. Un día, unos hombres vienen buscando al toro más grande, rápido y bravo... y Ferdinand es elegido equivocadamente para las corridas de toros de Madrid.
8 de enero de 2018
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se nos da mal quedarnos en el saludable punto medio.
Nos dicen que hay que trabajar, pero también hay que saber divertirse. Que debemos refugiarnos en cierta dureza, pero también mostrar sensibilidad.
Aprendemos en términos de bien y mal, y es un lío diferenciar entre ambos cuando no se dan otros caminos que tomar.

'Ferdinand', teniendo eso en cuenta, abre con una frase muy simple de boca de su protagonista, y sin embargo difícil de comprender para muchos, niños y mayores por igual: "no voy a pelear contigo... pero no te tengo miedo".
¿Cómo es posible? Hemos visto al flacucho ternerito cuidando una flor, por lo que debe ser un débil y un marginado, sus compañeros pelean y se divierten, así que deben ser los que molan, los que tienen la razón; así se quedaría cualquier impresión superficial, la que todos hemos hecho en primer lugar.
Y pese a que queda demostrado que el futuro toro escapa a la etiqueta de cobarde, y sus amigos están bien lejos de ser todo lo valientes que se les dice que sean, el juicio más duro viene de un padre que es feliz dentro de los márgenes establecidos: "el mundo no funciona así, Ferdinand".

La clase de dura lección que nunca se olvida, la que sigue resonando años después, si bien con una gran diferencia: por una serie de alegres desventuras, aquel ternero acaba madurando lejos de su lugar de nacimiento, en una colina de flores que no tiene que molestarse en cuidar, porque todos los que le rodean las disfrutan con él.
En ese amago de cambio, experimenta alegría, amor, comprensión, pertenencia... emociones desconocidas que le descubren otra vía, una que no parecía existir. Donde las tareas son diversiones, y la niña Nina no es su dueña, sino su mejor amiga.
Por eso, al volver al ruedo de la crianza, Ferdinand no se cansa de repetir que no todo es plaza o matadero, sino que existen otros caminos que no han podido ver, cegados como están por el capote del torero o las cornamentas furiosas de los propios compañeros.

No lo voy a negar, hay un momento en que la historia elige desfondarse, sacar la mano de los temas pantanosos que ha exhibido y pasa a divertirse con los coloridos secundarios que pueblan la Casa del Toro: tampoco me quejaré cuando hay verdaderas genialidades expresivas, como el cuadriculado toro genéticamente creado o el maestro cordobés de elegancia taurina, pero sí es verdad que hay mucha tontada rancia, como una persecución por Madrid insustancial, larga como un día sin pan y encima pobremente recreada (hay que jorobarse con la Puertecita de Alcalá).
Pero, en el fondo de los inevitables peajes infantiles, sobrevive un sentido drama existencial, que se atreve a mirar toda una tradición taurina con sinceridad y la despoja de toda nobleza, al hacer notar que para un toro sólo es una competición por su propio orgullo, una que se le enseña a ganar y que sin embargo no va a dejar de perder, pasando a ser otra cornamenta en la pared.
Ferdinand se rebela contra esa convención, pero por el camino derriba otra más incrustada: la que dice que nunca podemos mostrar nuestras emociones, porque hacerlo nos haría perder una imagen que otros nos han construido para defendernos en la vida.

Está bien llorar, y tener miedo de un destino que ya se nos ha marcado... si de esa experiencia nos permitirmos ser como somos, para no acabar yendo a donde no queremos.
Una enseñanza crucial que quizás para algunos llega demasiado tarde, porque implica bajar esas defensas reforzadas en la propia autoestima, las que te dicen que no debes ser vulnerable, por si otros te destruyen para librarse de un competidor en este camino que todos compartimos.
Pero precisamente por eso, porque lo compartimos, merece la pena plantarse como Ferdinand, aprendiendo que todos tenemos un enorme vacío por las expectativas que otros nos han creado, y al compartirlo lo hacemos muchísimo menos pesado.

Desde el inicio al final, Ferdinand no teme a nada, pero no quiere luchar.
Sólo que, entre medias, se da cuenta de dónde quiere estar, quién quiere ser y lo que quiere lograr.
Y muchas veces demostrar todo eso en un mundo que nunca ha funcionado así parece un riesgo imposible de asumir.

Pero la valentía es como el amor desinteresado que se deja atrás: nunca se ve, hasta que, de repente, aparece sin más.
Entonces yo aplaudo porque una supuesta película infantil tenga claro cuál punto medio quiere expresar, y vierta tanto amor como valentía en hacerlo llegar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow