Iluso de mí que pensaba ver “sólo” un documental sobre ‘Man on the Moon’.
Cosa que no habría estado mal, y en todo caso me habría descubierto los límites a los que puede llegar una actuación gigantesca.
Pero ahí también ha estado mi error: según dice Jim, nunca es “sólo” actuar.

‘Jim y Andy’ es una agridulce, tremendamente reflexiva y poco esperanzadora mirada al noble arte de componer un personaje para el entretenimiento y admiración de otros.
Eso, que para muchos actores “sólo” sería ponerse un vestuario y decir algunas frases sintiéndolas mucho, para algunos es canalizar una cierta energía, cerrar las puertas de la comodidad y abrir de par en par ventanas a una conexión especial, que todo lo que da de libertad lo quita de racional.
Interpretar es mentir, mentir implica crear algo que no existe, y hacer de una mentira una verdad tiene que ser otra cosa… quizá una transformación superior, que no necesariamente se puede o debe condensar en meros fotogramas de dos horas de duración.

Jim, hablando directamente a cámara, tomándose el té con nosotros, desgrana su carrera plagada de enormes éxitos e interpretaciones que marcaron época, pero de algún modo nada de eso parece haberle dejado el poso glorioso que se le podría suponer.
Este hombre se ha entregado a sus personajes, se ha dejado drenar por ellos, y al final no se ha quedado con ninguna de las ingeniosas respuestas o carismáticas locuras de Ace Ventura, La Máscara o Lloyd Christmas.
Entonces, tirando del hilo, surge ese momento en que luchó por interpretar a Andy Kaufman, y el propio Kaufman le dijo, desde el más allá: “siéntate aquí atrás Jim, y disfruta del viaje”.

Una de las declaraciones más duras que se pueden encontrar en este documental es “en determinado momento, vas a tener que enfrentarte a ti mismo, y decidir si quieres caer en el ataúd junto a una persona que nunca has conocido”.
Jim Carrey convivió con esa persona gran parte de su carrera profesional, creyendo que eran sus personajes quiénes nunca había conocido, y casi podría decirse que es en este testimonio cuando se da cuenta de que el desconocido era su persona pública, la que devoraba su vida privada sin pedirle permiso, marcada por un padre que nunca vió sus sueños cumplidos.
Tuvo que venir Andy Kaufman y romperle en pequeños pedacitos de incomodidad y agresividad, algo que nunca había experimentado como estrella de la comedia, para revelarse que en realidad podría ser cualquiera, y dejar al descubierto la verdadera persona que era estaba encerrada bajo una coraza de diferentes personajes que nunca fueron él (aunque nosotros pensáramos que sí).

Me reiría de la ironía, si no fuera tan sorprendentemente desoladora: recuerdo que Tony Clifton hablaba de que "se hacía más fuerte" a medida que Andy Kaufman era consumido por el cáncer, y me pregunto si Jim no se vió dolorosamente reflejado en esa confesión.
Un extraño Jim Carrey le robó la vida al Jim Carrey con el que nos tomamos ahora el té.
Y el público, como siempre, sólo quiso quedarse con la mejor parte del engaño: que vuelva el comediante, que haga lo de siempre, que nos entretenga otra vez.

Se quedan muchas más sombras que luces en este repaso a la fama y la interpretación, pese a que en muchos momentos se desencaje el gesto por lo que Jim fue capaz de hacer, o por cómo se ve pasados los años.
Pero si tuviera que condensar las sensaciones que me provoca este documental en una sola frase, sería la de Milos Forman: "no lo soporto, pero a la vez no quiero pararlo".

(Y me quedo preguntándome si gentes como Jim Carrey o Andy Kaufman surgen cada montones de años, para mezclarse en la gran broma de la realidad, y demostrarnos que nuestra persona es sólo un disfraz que se puede desechar o cambiar)