De todo lo que he leído me quedo con una afirmación que ya decanta la película para un bando de forma evidente: cuando aparecen Simone Signoret y Harvey en las mismas escenas este último se vuelve invisible. Sí, es una manera de hablar, pero tan cierto como decir que ella está muy por encima de él, ya no por el papel más agradecido que le ha tocado a ella sino por lo que supone tener en la pantalla a ambos, un cuestión de magia del cine. Ella se lo merienda, es otra manera más de barrio de explicarlo.

La historia es la del trepa que todos conocemos de una manera u otra, aunque él no engaña a nadie desde que llega al nuevo trabajo el primer día, no nos va sorprender que le eche el ojo a la niña más acomodada de la ciudad, perteneciente a otro grupo social, alguien que vive allá arriba. No nos va a sorprender demasiado lo que ocurre, todos conocemos a Urdangarín por citar a uno de los más sonados braguetazos de los últimos tiempos. No obstante podemos estar de enhorabuena porque Jack Clayton, un verdadero artista, un maestro ya en su primer golpe en la mesa, se pone tras la cámara y dirige, más que una película, la coreografía de un inmenso vals, una inmaculada obra orquestal en la que todo funciona de forma brillante.

Signoret por encima de todos, sí, pero el amor adulto, los sentimientos que te ocupan y te abrasan, también el Karma y la justicia poética. Serás lo que quieres ser, desde luego, pero del precio que has de pagar puede que no estés tan bien informado.