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Argentina Argentina · Lomas de Zamora
Voto de Repoman:
4
Drama Hirayama parece totalmente satisfecho con su sencilla vida de limpiador de retretes en Tokio. Fuera de su estructurada rutina diaria, disfruta de su pasión por la música y los libros. Le encantan los árboles y les hace fotos. Una serie de encuentros inesperados revelan poco a poco más de su pasado. (FILMAFFINITY)
25 de abril de 2024
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida se cuenta en rutinas, en detalles, en los (cinematográficamente) denominados tiempos muertos. No es fácil pintar un fresco así, y aunque dure dos horas y emotivamente sea sutil, la historia se deja ver, principalmente a bordo de la simpatía que despierta su melómano y misterioso protagonista.

Pero, pero, pero...
...algo huele a podrido en esta historia, y no son precisamente los baños de Tokio. Ya al segundo baño impoluto que tiene que limpiar empecé a sospechar. ¿Qué me están contando? ¿Acaso limpiar baños públicos es como estar en un museo gigante y acariciar las obras de arte? Hay dos cigarrillos tirados, y un cliente entra al baño sin saludar a nuestro anónimo trabajador. Menudo sacrificio. Cada baño es una nueva escultura vanguardista alucinante, y a pesar que el protagonista entra a limpiarlos unas 10 veces, no vemos un meo, un preservativo usado, un mundano vómito. Lo que se dice, no vemos un sorete (literal). No sea cosa que los ricachones sin cuestionamientos a los que le intentan vender este delirio teórico se les ensucie la retina. Romanticismo zen para gente que nunca tuvo un trabajo realmente sacrificado. De esos que te parten el alma por la mierda que te hace respirar a diario, porque la plata no te alcanza, porque se te pudre el cuerpo o la cabeza realizando una tarea inmunda y/o repetitiva, porque tenés que aguantar a jefes o clientes más estúpidos que vos tratándote como basura, porque al terminar la jornada tu alma sólo te pide alcohol, o drogas, o agarrarte a piñas en la cancha, o sexo autodestructivo, para acallar la ansiedad furiosa que te crece en el interior, hora tras hora, sintiendo cómo tu única vida se te pasa haciendo algo que no querés para alguien que no querés, sólo porque tenés que pagar el alquiler de una inmunda pocilga. Vamos, la realidad de la mayoría.

Una versión de Amelié, madura y para el siglo XXI:
Lo esencial es invisible a los ojos, lo se. Y también sé que vivimos sometidos por un materialismo deshumanizante. Que lo importante, lo verdaderamente importante es el amor. Tenernos los unos a los otros. Tener a "alguien", al menos, a quien dedicarnos y en quien apoyarnos. Pero es que este protagonista no tiene a nadie. Pretende enseñarnos que prácticamente no hace falta nada. Que se puede vivir con lo mínimo, una canción que nos gusta, un libro usado, una rutina minimalista. Desayuna café frío en lata que no convida ni el olor, y cena una sopa maruchán todas las noches. Si este panfleto zen para occidentales superficiales tuviera un mínimo de honestidad, la historia iría del cáncer de hígado o algo así. Pero no, va de un tipo que sonríe al cielo nublado, todos los días, dándonos una lección de sencillés y ascetismo a quienes sepamos entenderla (aunque los que consumimos esto somos tan sofisticados que nos entretenemos con cine de autor japonés, realizado por un financieramente salvado hippie alemán, para un festival francés). Suena Velvet Underground, en su versión más linda y edulcorada (Pale Blue Eyes, Perfect Days), y se nos acomoda el culito en la butaca. Seguritos, satisfechos. Mm, qué emocionante, cuánta iluminación. Los problemas reales se desvanecen en la nada porque el paraíso está dentro de uno, y para alcanzarlo sólo hace falta mirar bien, y detectar ese pequeño retoño de árbol creciendo en una vereda. Vive, ríe, ama, sueña, y si te sirve, deposítame la herencia familiar en la cuenta bancaria que te dicto en la zona spoiler. Vamos, es por tu bien.

Al finalizar, cuando el protagonista atisba a sentir algo mínimamente parecido a una ansiedad, se cruza con un enfermo terminal y vuelve a sonreír, porque entiende que lo único que hace falta es estar vivo. Que bello mensaje, ya mismo me voy a preparar un sánguche con mi propia defecación, total, el saborear es sicológico, sólo una cuestión de actitud, y alimentarse bien es una preocupación mundana, muy por debajo de mi elevada existencia. ¿Problemas de salud? Los niego, mentalmente, y listo. Y si llegan, ya saben lo que dicen: si sucede conviene.

A Wim Wenders no lo culpo, supongo debe ser divertido hacer películas, viajar, que te aplaudan. Pero por favor, todos ustedes, dejen de mentir(se). Son indignantes. Son peor que indignantes, todos ustedes son unos brutos disfrazados de intelectuales, pero carecen del más mínimo sentido crítico y/u honestidad. Dejen el mundo simbólico, no es para ustedes, realmente no entienden las películas, no entienden los mensajes. No se dan cuenta de nada. Ponerle buena nota a esto, dios mío, qué fácil los engañan, cuando la mentira tiene la forma que mejor les viene para su hipócrita e infinita autoindulgencia.
Repoman
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