Cyrano de Bergerac no teme a la batalla, vive por y para ello. Es un personaje valiente por fuera, pero muy cobarde por dentro. Tiene miedo a ser rechazado por aquella a quien siempre ha amado, y todo por un complejo que le atormenta. De la misma forma que el personaje que presenta, esta película de Jean-Paul Rappeneau es a la vez valiente y cobarde. Valiente porque retoma una obra clásica en verso ya adaptada con anterioridad. Cobarde porque no logra actualizarla a nuestro tiempo y no aprovecha los elementos cinematográficos al máximo.

La dirección artística es sin duda uno de los puntos más fuertes de esta obra. La recreación del vestuario y de los ambientes de la época están bien logrados. El otro punto destacable es la interpretación de Gérard Depardieu, que brilla más que en ningún otro momento bajo la luz de la luna en ese monólogo final. Un monólogo que, aunque teniendo en cuenta que viene del teatro, se hace demasiado largo para ser cine. Así como todas las ocurrencias sobre su nariz comentadas en el enfrentamiento del comienzo. Divertidas, sí, pero demasiadas.

La esencia y moraleja de la obra queda intacta, y es algo admirable. Pero, aunque en su conjunto la película funciona notablemente, su duración es bastante extensa para centrarse básicamente en la trama principal, pudiendo sacar más partido a las subtramas. Puede que muchos espectadores sigan preguntándose para qué el personaje del niño, si tras la guerra jamás vuelve a aparecer.