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España España · MÁLAGA
Voto de Pablo:
8
Thriller. Drama Arthur Fleck (Phoenix) vive en Gotham con su madre, y su única motivación en la vida es hacer reír a la gente. Actúa haciendo de payaso en pequeños trabajos, pero tiene problemas mentales que hacen que la gente le vea como un bicho raro. Su gran sueño es actuar como cómico delante del público, pero una serie de trágicos acontecimientos le hará ir incrementando su ira contra una sociedad que le ignora. (FILMAFFINITY)
21 de junio de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En repetidas ocasiones se ha tratado de llevar a la gran pantalla a uno de los villanos más asentados en el imaginario colectivo: desde aquel psicópata sin escrúpulos que estaba a un (literal) pequeño empujón de descender a los infiernos que compuso Jack Nicholson, pasando por una brutal encarnación del mal, tan abstracta como etérea que magistralmente construyó Heath Leger, hasta un patético y callejero Joker que Jared Leto interpretó. Sin embargo, nunca se había en cine desarrollado un villano tan humano, tan realista y por lo tanto tan cercano, que pudiera causar empatía en un momento para pasar a repugnarnos en el siguiente. Eso es lo que hace que el Joker (con una interpretación descarnada y brutal de Joaquin Phoenix), sea el más atractivo y peligroso de todos. No estamos viendo el mal encarnado, ni un psicopata sin remordimientos, estamos mirando a un espejo cuyo reflejo nos hace sostener una sonrisa sin un ápice de gracia; una sonrisa que contiene dolor, resentimiento y que es la señal de que algo terrible esta apunto de acontecer. Una sonrisa que hacemos propia y que nos fascina y aterra a parte iguales.

Tod Philips situa a su creación en una ciudad opresiva y deshumanizada; la tangible recreación perfecta de la cosmopolis neoliberal. Arthur se mueve en dicha urbe situándose en los márgenes -ya sea en el metro o en su piso- la puesta en escena nos muestra al Joker situado en la esquina del plano, luchando desesperadamente por llegar al centro de la composición, transitando las calles cuya textura sucia y árida subraya de manera precisa el calvario que vive nuestro (anti)heroe.
El simbolismo de elementos como una simple escalera que en repetidas ocasiones tiene que subir Arthur, para acabar bajándola de manera lunática, en un inevitable descenso a los infiernos, sirve para transmutar certeramente el espacio físico en espacio mental o viceversa. Todos estos elementos son acompañados de una puesta en escena incómoda, a veces de desatado expresionismo y en ocasiones con juegos de luces que poseen una extraña belleza esquiva. Pese a estás virtudes y otras que posee Joker, hay una cierta tendencia repetitiva y al subrayado que rozan la hipertrofia en ocasiones, así como un perpetuo estado de climax que hacen que la película no se eleve a la categoría de obra maestra.

Quitando estas pequeñas quejas, los elementos formales citados anteriormente materializan una certera manera de trasmitir el concepto que sostiene esta película. La diferencia entre la clase alta y la clase trabajadora es abismal, los ricos están ganando la lucha de clases y además presumen de ello. La tensión es insostenible y el (violento) estallido inaplazable. Y aquí es dónde esta obra se vuelve lúcida y se revela como retoño enfermizo - como el mismo Arthur- de los tiempos que vivimos: la metamorfosis de Arthur es simultánea a la de la sociedad oprimida, que mitifica y eleva a heróe a un payaso asesino. La violencia que estaba soterrada y contenida durante toda la película, estalla de forma abrupta, como un grito de auxilio, como una risa liberadora. No es una revolución, no hay contenido revolucionario ni programático, es simplemente una venganza infantil de una sociedad desclasada, individualista y que no es más que el detritus de un sistema igual de enfermo.

Eso es éste magnético Joker (o mejor dicho, esta sociedad Joker), un depositario de todos los males de un capitalismo salvaje cuya única pulsión es destructiva. O parafraseando a Goya, el sueño del neoliberalismo produce monstruos.
Pablo
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