Esto es una adaptación de una novela de Gillian Flynn (supongo que fiel), para la que necesitaban algo más de un par de horas para hacerla bien.
Así que nada de muchas temporadas, solo 8 episodios con historia cerrada, tomándose el tiempo justo y necesario para contarla.
Jean-Marc Vallée demuestra desde el principio que él va a su aire. Con intensos silencios y flashbacks con la genial Sophia Lillis, nos dibuja un personaje complejo y algo políticamente incorrecto encarnado por la aún más genial Amy Adams.
De vuelta a su pueblo natal para investigar periodísticamente una desaparición, la protagonista se reencuentra con su peculiar madre, y los fantasmas del pasado vuelven a surgir.
Uno no sabe qué es lo mejor, si la resolución del misterio o los rollos personales de la protagonista, y es que Adams se sale por completo en su interpretación.
Cargada de adicciones y traumas que poco a poco vamos descubriendo, es una mujer triste, solitaria, fuerte por fuera y débil por dentro. Es un papel dramático intenso, sin atisbo de alegría, que Adams sabe transmitir de manera excepcional.
La serie es tranquila, sin ritmo frenético, cocinada a fuego lento. Aun así, considero que no es tan aburrida como podría haber sido. Como solo son ocho entregas y Amy actúa tan bien, es fácil de llevar aunque sea bastante lenta.
Pero a pesar de sus virtudes, no es una serie que pueda gustar a todo tipo de público. No es precisamente la alegría de la huerta. Todo es muy serio y oscuro, sin nada de humor y cargado de tristeza. Parece una balada country.
Además, muchos secundarios pueden resultar odiosos, algo pensado para que no tengamos claro quién puede ser el malo (o el más malo) de este pueblo donde no me gustaría vivir en absoluto.
Mi valoración final es que, aunque creo que la serie es buena, en realidad las críticas que está habiendo me parecen un poco exageradas.
Me gusta, pero sinceramente no la veo para tanto.