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Voto de Antonio Morales:
9
Drama Adaptación de una novela del escritor inglés William Tackeray. Barry Lyndon, un joven irlandés ambicioso y sin escrúpulos, se ve obligado a emigrar a causa de un duelo. Lleva a partir de entonces una vida errante y llena de aventuras. Sin embargo, su sueño es alcanzar una elevada posición social. Y lo hace realidad al contraer un provechoso matrimonio, gracias al cual entra a formar parte de la nobleza inglesa del siglo XVIII. (FILMAFFINITY) [+]
13 de septiembre de 2013
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kubrick llevaba tiempo documentándose sobre el siglo XVIII porque tenía en mente realizar una película sobre Napoleón, tanto sobre los hábitos de vida como el arte de la guerra, pero los estudios no quisieron asumir el desorbitado presupuesto que suponía. El cineasta aprovechó su formación en el citado periodo histórico y un generoso presupuesto de la Warner para adaptar la novela “Memoirs of Barry Lyndon” de William Makepeace Thackeray, una historia episódica de la vida de un plebeyo que llega a formar parte de la aristocracia inglesa. Kubrick se tomó ciertas licencias, pero respetó su estructura literaria, basada en una atractiva sucesión de peripecias en las que el azar y las contradicciones del protagonista le conducen a saber todo lo que la vida puede conceder a un hombre, pero también todo aquello de lo que le puede privar.

Aparentemente una película histórica en el sentido más tradicional del término, quizá lo que se podría tomar por un académico ejercicio de estilo de cuidada ambientación y suntuosos decorados, “Barry Lyndon” es, sin embargo, uno de las películas más atípicas de los años 70, a la vez que una de las propuestas más ricas de su director. Lo que le importa a Kubrick no es analizar sociopolíticamente una época, ni siquiera tomarla como excusa para diseccionar psicológicamente al personaje. La historia, en este sentido, es la habitual de Kubrick: el itinerario de un individuo (un excelente Ryan O´Neal) en principio enfrentado a su medio con lo que el resultado deriva una vez más hacia un fatalista, genuinamente kubrickiano discurso sobre el destino y la inutilidad de las aspiraciones humanas.

El fracaso de crítica y público quizá se deba a dos motivos: uno es su profundo pesimismo, el violento contraste entre la incontestable belleza de las imágenes y la absoluta falta de esperanza que se abate sobre los protagonistas, y el otro, quizás el más humano y también el más vergonzante, su erudición. Gracias a un nuevo objetivo experimental de gran luminosidad, Kubrick perfeccionista en grado sumo y su fotógrafo John Alcott fueron capaces de iluminar algunas escenas sólo con velas y tras un estudio minucioso de los pintores ingleses que retrataron aquella época, llevó su influencia hasta un extremo que no debe ser pasado por alto; cada figurante, cada objeto, cada paisaje, casi cada aptitud encuentra algún referente en los lienzos de Gainsborough, Devis, Stubbs, Zoffeny, Hoggarth y Reynolds entre otros.

La adaptación musical también es modélica, la sublime música de Haendel (Sarabande), Bach (Concierto para dos clavicémbalos y orquesta) y Schubert (Trío para piano), la música tradicional irlandesa encuentran en el ritmo de las imágenes un acomodo perfecto. Nadie como Kubrick ha sabido utilizar la música clásica en el cine. Todo el trabajo técnico, ese “desafío” que asumió kubrick para realizar esta película ejemplar, brilla a una altura inaccesible. Subrayada por el conmovedor estoicismo de la voz en off, la que convierte el trabajo de Kubrick en una apuesta absolutamente moderna, lo que nadie había conseguido hasta entonces en el contexto del cine llamado histórico.
Antonio Morales
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