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Voto de Antonio Morales:
10
Intriga Andrew Wyke (Laurence Olivier) es un prestigioso escritor de novelas de intriga. Además, su pasión por los juegos de ingenio y las adivinanzas lo ha llevado a convertir su gran mansión en una especie de museo, donde se exponen los juguetes y mecanismos más extravagantes. Una tarde, invita a su casa a Milo Tindle (Michael Caine), amante de su mujer y propietario de una cadena de salones de belleza, para proponerle un ingenioso plan del ... [+]
23 de diciembre de 2014
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con esta película Mankiewicz, cineasta inteligente y culto – admirador de Shakespeare, Moliere y Cervantes –, volvió a sus raíces teatrales que nunca fueron meramente representativas sino dialécticas, pues sabido es por todos que era conocido como el director de la palabra. Casi toda su obra se centra en las relaciones entre vida y representación. Y no es de extrañar que “La huella”, como película estamento no sea más que un resumen minimalista, algo abstracto e intelectualizado de las preocupaciones básicas que el cineasta expresó en toda su carrera, tanto desde un punto de vista temático como conceptual.

Al principio del film, el motivo visual que domina es el laberinto. Milo Tindle, el invitado, debe cruzar el laberinto hasta situarse en el reinado del anfitrión, Wyke, el laberinto es una importante figura del barroco en cuyo interior empezaron a emerger nuevas forma de representación, lo sinuoso del decorado no hace más que convertirse en metáfora de las nuevas formas de identidad. A partir de que Milo llega al centro del laberinto, empiezan a establecerse las reglas del juego. Es un espacio en miniatura del gran teatro del mundo y el desarrollo consta de un prólogo, tres actos y un epílogo.

El Andrew Wyke (Lawrence Olivier) de “La huella” es de esta manera la referencia perfecta de un demiurgo juguetón, poco dado al libre albedrío con sus semejantes, amante de los complots maquiavélicos, del movimiento físico propio de la teatralidad, un personaje recurrente en el universo de Mankiewicz. Basada en una pieza teatral del propio guionista, Anthony Schaffer, gira en torno al mencionado Wyke, un decadente aristócrata y exitoso escritor de novelas policíacas encerrado en una espectacular pero siniestra mansión decorada peculiarmente con todo tipo de juegos y autómatas. Ha invitado a su casa a Milo Tindle (Michael Caine), un joven peluquero que resulta ser el amante de su esposa Margurite. El escritor le propondrá a su invitado un excitante y diabólico plan, imposible de rechazar.

Cuando Tindle decide acceder, comienza un macabro juego teatral donde las intenciones y los personajes se distorsionan hasta el infinito. Lo que realmente fascinaba al cineasta era la idea del juego y este film, es en esencia, el más grande de los juegos cinematográficos que jamás se filmó. No en vano en el escenario de la acción donde se dilucida el enfrentamiento, sólo hay instrumentos de entretenimiento mudos, siniestros, casi obscenos, símbolos de la propia trama grotesca y burlona. Un juego en constante movimiento hasta el punto de atrapar al propio demiurgo que lo puso en marcha. Porque en el fondo, la naturaleza del juego es la eterna lucha de clases. Tindle es consciente de su origen humilde, de no pertenecer a esa élite que representa Wyke, pero no dudará en utilizar las armas de su oponente y enemigo de clase para estar a su altura. Asombroso el duelo interpretativo de los dos actores ingleses. Un juego donde ficción y realidad se confunden, donde autor y obra pasan a ser lo mismo, Mankiewicz cierra así su trayectoria cinematográfica y su propia vida.
Antonio Morales
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