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Voto de Antonio Morales:
10
Romance. Drama Laura Jesson es un ama de casa algo aburrida de la rutina que vive con su marido y familia. Una vez a la semana, suele ir a la ciudad de compras. En uno de esos viajes rutinarios, Laura coincide con el Dr. Alec Harvey en la sala de espera de la estación de ferrocarril. Ambos son de mediana edad, casados y tienen dos hijos cada uno. Comienzan a hablar, y tras disfrutar cada uno de la compañía del otro, ambos continúan reuniéndose ... [+]
26 de enero de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta historia de amor eterno aparece en toda su desnudez, hecha de voces interiores, primeros planos muy luminosos y una construcción dramática ejemplar, siempre en función de un tiempo narrativo que se nos aparece concretado en un día de la semana, el jueves, en los que la pareja se citan. Película muy reivindicada en los últimos años que ha influido decisivamente de una manera u otra en films contemporáneos: “El próximo año a la misma hora” de Robert Mulligan, “Los puentes de Madison” de Clint Eastwood, entre otras.

Obra cumbre de un cierto fatalismo romántico, realizada en la inmediata posguerra por David Lean, los protagonistas del inolvidable romance entre Laura (Celia Johnson) y Alec (Trevor Howard), no deben ir muy lejos para encontrarse y reconocerse: apenas a una hora en tren, Mildford es la ciudad donde el azar hará que sus vidas converjan y durante las siguientes cuatro semanas cambien para siempre. Rodada preferentemente en escenarios naturales de Londres, como el parque Regent o la estación ferroviaria de Carnforth en Lancashire, es en este lugar privilegiado donde tienen lugar los momentos más románticos y de mayor intensidad dramática de la narración, confirmando la declarada atracción ejercida por los trenes sobre el director: “No sé por qué, pero hay trenes en muchas de mis películas. Supongo que de pequeño tenía trenes en miniatura…, creo que son maravillosos, están casi vivos”.

Basada en una pieza teatral de Noël Coward, está narrada en “flash-back”, todo ocurrió por la carbonilla incrustada en el ojo de Laura, tras el paso de un tren, y que Alec galante y atento, siendo médico se prestó a ayudarla. Desafiando las reglas, o las convenciones del cine, no había estrellas, los actores eran de mediana edad, los decorados no eran elegantes. Más el tiempo ha puesto en su lugar a esta pequeña obra maestra e intemporal, cuyos diálogos teatrales han sido sustituidos por la voz en “off” de la protagonista, esposa de clase media que soporta la monotonía de un marido al que ayuda a resolver crucigramas, mientras sueña con la música romántica de Serguei Rachmaninov y los ruidos de la estación: silbatos de trenes, ruidos de locomotoras, los rígidos horarios de la cafetería, marcando la ley inexorable del destino.

Prófugos de las férreas garras de los hados, amordazados por el entorno, y asustados por la fuerza de la mutua atracción, la relación es pura consecuencia de un azar, se repite cada jueves, un día al cine, un paseo en barca, otro al parque con la inquietud de ser descubiertos, huyendo como adolescentes. Llegados a este punto ambos reconocen haberse enamorado y poco después se besaran bajo el túnel de la estación. Símbolo de ese destino al que a veces nos arrojaríamos para intentar en vano detener el rumbo de nuestras vidas, el tren nunca espera. Las heroínas de Lean asumen que para no olvidar una pasión arrancada de cuajo, dotarla de un espacio propio en el recuerdo donde subsistir, es necesario ponerle fin a tiempo. Acaso el ser humano no merezca la felicidad, quizá no ha nacido para ella. Quizá sólo ha nacido para soñar en el andén de una estación de tren.
Antonio Morales
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