François Ozon es un reputado cineasta francés que alberga en su filmografía algunos títulos interesantes, en esta ocasión el pretexto argumental no puede ser más sencillo: una novelista inglesa ya madura, escritora de relatos policíacos, acepta la invitación de su editor para retirarse a una lujosa villa francesa en la que descansar y aislarse con el fin de superar la crisis creativa. A partir de entonces, la inesperada aparición de la joven hija del editor y su misterioso comportamiento, unido a la existencia de un supuesto crimen alteran la existencia de la escritora y dan al traste con la tranquilidad buscada.

El cineasta rescata el gusto por la intriga criminal propia del género de misterio, que sin duda le atrae y bajo cuya apariencia construye una ambigua escenificación juguetona con el espectador y que sólo descubre sus verdaderas cartas al final. Dividida en dos partes diferenciadas, la primera dedicada a la presentación de Sarah Morton (una excelente Charlotte Rampling que luce una espléndida madurez), ella se siente incapaz de seguir escribiendo, bajo su crisis emocional, se adivina insatisfacción vital, asomando la necesidad de expulsar sus demonios interiores. La segunda parte comienza con la llegada de Julie (Ludivine Sagnier), la hija del editor y el desconcierto que la conducta de ésta provoca en Sarah, quien poco a poco se ve arrastrada por la intriga y el misterio que la joven suscita.

El film mantiene un buen pulso narrativo con una capacidad de síntesis inusual para insinuar sin ser explícito, un relato de doble filo que se articula como una oportunidad para la escritora de exorcizar la libido reprimida, las frustraciones existenciales que durante mucho tiempo han permanecido ocultas, y ajustar cuentas con ella misma, de forma ambigua entre la realidad y la ficción que el espectador debe descifrar. Una película sugerente y estimulante, alejada de las propuestas del cine de Hollywood.