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Voto de Antonio Morales:
10
Aventuras 1850. Jonathan Clark, el capitán de la goleta La peregrina de Salem, traslada desde Alaska a San Francisco un cargamento de valiosas pieles de foca. En el hotel en el que se aloja conoce y se enamora de la condesa rusa Marina Selanova, que trata de huir para evitar un matrimonio concertado por el zar con el pérfido príncipe Semyon. (FILMAFFINITY)
27 de enero de 2015
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Heredero de Grffith, de quien poseía la misma inventiva y arrojo experimental, Raoul Walsh es el cine en estado puro, un maestro del cine clásico que dominó todos los géneros, con un puñado de obras maestras como “El mundo en sus manos”, una joya imperecedera del cine de aventuras. Su aparente sencillez narrativa expresa sentimientos y emociones a través de unas imágenes impregnadas de ese aliento épico, capaces de raptar al espectador, transportándolo a un mundo donde todo es posible e identificarse con los avatares que viven los protagonistas. Sus películas suelen partir de una atractiva idea dramática bien definida, sobre las que se proyectan una serie de incidencias dirigidas a trascender con su articulación los límites perceptibles del conflicto individual.

Aunque desconozco la novela de Rex Beach en que se basa la película, la adaptación de Borden Chase, excelente guionista, los diálogos del más que competente Horace McCoy y la capacidad de un cineasta aventurero como Walsh, me merecen toda la confianza. El film comienza con la llegada de unos marinos a tierra: un “travelling” acompaña el paso decidido del capitán de la goleta “La Peregrina”, Jonathan Clark (Gregory Peck), de su segundo, Deacon (John McIntire) y un rudo esquimal que sólo sabe decir “voy, voy” por una calle de San Francisco en 1850. Tienen como objetivo rescatar a su tripulación que ha sido secuestrada por otro “lobo de mar” y colega cazador de focas al que llaman “El Portugués” (un magistral Anthony Quinn), y lo harán de forma convincente….

Luego celebrarán todos los marinos una fiesta en el hotel más lujoso de la ciudad, un acontecimiento animado por las prostitutas, donde Clark, más conocido como “El hombre de Boston”, recupera a su tripulación con la misma tranquilidad con que “El Portugués” se la había arrebatado, e incluso manifiesta su intención de comprar Alaska a los rusos que en esa época les pertenecía. Estamos en un universo portuario plagado de aventureros, donde una condesa rusa (Ann Blyth) que huye de un matrimonio indeseado puede seducir a un apuesto “lobo de mar”. Aunque pudiera parecer un film desmesurado, no lo es en absoluto, el ritmo es trepidante y el tono homogéneo, cargado de anécdotas y detalles capaz de enriquecer más de un film, tejido con un agudo sentido de la progresión, sin decaer un instante.

Articulado mediante tres historias que discurren paralelamente y con la misma intensidad: la caza de focas que enfrenta a Clark y Deacon – un extraño filósofo que recurre permanentemente a frases bíblicas – con los innobles exterminadores rusos y “El Portugués”; el romance entre Clark y la condesa Marina; y el antagonismo vital, pero jamás sanguinario que existe entre Clark y “El Portugués”, que entienden su relación en términos de enfrentamiento continuo: se apuestan los barcos en una carrera náutica antológica, se disputan a pulso las mujeres y se dan la mano después de una pelea. Pero no hay peligro, la brisa marina hace más fuerte la amistad. El lacónico hombre de Boston es el prototipo de héroe de Walsh, uno de los cineastas tuertos sublimes, la honestidad y la caballerosidad eran atributos imprescindibles en un cine de aventuras donde el amor romántico, es tratado con suma delicadeza, con un acusado dominio del lenguaje cinematográfico, un ejemplo de planificación que el espectador agradece, apreciando la aventura vital de este grandioso film.
Antonio Morales
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