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Voto de Antonio Morales:
10
Cine negro. Intriga Un agente de la policía de narcóticos (Heston) llega a la frontera mexicana con su esposa justo en el momento en que explota una bomba. Inmediatamente se hace cargo de la investigación contando con la colaboración de Quinlan (Welles), el jefe de la policía local, muy conocido en la zona por sus métodos expeditivos y poco ortodoxos. Una lucha feroz se desata entre los dos hombres, pues cada uno de ellos tiene pruebas contra el otro. (FILMAFFINITY) [+]
5 de mayo de 2013
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos planos-secuencia han convocado tal cantidad de vocaciones cinematográficas como el inicial de “Sed de mal”, de visión obligada en todas las universidades de cine. Son tres minutos y veinte segundos de un notable virtuosismo atendiendo a la dificultad técnica que entraña el movimiento de cámara y los sucesivos cambios de foco, que obligan al maquinista y operador a una exactitud coreográfica y técnica que siempre hizo suspirar a Welles por aquel gran tren eléctrico (palabras suyas al pisar por primea vez el plató de “Ciudadano Kane”), que fue la industria americana de los grandes Estudios.

El filme nos introduce al enfrentamiento en una ciudad fronteriza, por un oscuro crimen con bomba, entre Vargas, un policía mexicano honesto, recto y algo torpe en sus conclusiones que encarna un estupendo Charlton Heston, frente a la maldad teñida de un megalómano sentido del deber que hace del capitán de policía americano Quinlan (extraordinario Orson Welles), un viejo patriarca de la justicia, alguien que transpira amargura y romanticismo en una especie de transito final a una vejez obsesiva y decadente.

La fascinación que sigue despertando esta película nace del torrente expresionista que despiden sus imágenes y de la ambivalente representación de la maldad que para Welles es una fuente continua de inspiración. La escena de la esposa de Vargas (bellísima Janet Leigh) en el motel acosada por unos jóvenes rockers, Welles crea una esperpéntica “performance”, recurre a una iluminación de duros contrastes, que cuenta con la estupenda fotografía de Russell Metty, colaborador suyo en “The Stranger” y reconocido técnico de Hollywood.

Cabe destacar los esplendidos secundarios, muchos de ellos colaboradores del antiguo Mercury Theater de principio de los años cuarenta, destacando la gran diva en decadencia Marlene Dietrich que da vida a la vieja gitana prostituta que echa las cartas a su viejo amigo Quinlan y que menciona esa frase inolvidable con la que encabezo esta crítica. No quiero olvidarme de mencionar la estupenda música de Henry Mancini en uno de sus primeros trabajos.

Volver a ver esta película, aunque sea en las angostas dimensiones de la televisión, ha proporcionado a quien esto escribe el placer de redescubrir algunos de los imaginativos recursos narrativos de Welles, de observar nuevos matices no percibidos anteriormente en la configuración de los personajes (como la soledad de la vejez y la amistad traicionada, temas habituales en su obra). Este es probablemente, uno de los principales méritos del cine de Welles: no sólo no se agota sino que se enriquece en cada nueva visión.
Antonio Morales
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