Bastaría con remitirnos al mito de “El Dorado” y con ello se explicaría históricamente lo que significó el descubrimiento y conquista de América para los europeos occidentales a partir del siglo XVI. América fue un accidente afortunado para un Colón confundido creyendo que su llegada a nuevas tierras era parte de Asia. Por eso “indios”; por eso “Antillas” (antes de las Indias). Españoles y portugueses financiaron el capitalismo mundial a partir de los metales encontrados en Méjico y Perú, básicamente. La globalización nació en el año 1492 y permitió al capitalismo posicionarse como economía-mundo, y a través de la maquina industrial en el siglo XVIII, obtener el desarrollo más vertiginoso de la historia humana. El nacimiento del colonialismo e imperialismo europeo hay que ubicarlo en ese contexto. Francia e Inglaterra recogieron las sobras territoriales en América, aunque lograron el mejor posicionamiento en Asia y África. Alemania, que se hizo nación muy tarde se perdió todo ese festín descomunal, y desde la posición del rencoroso herido, atizó las dos guerras mundiales que devastaron todo el siglo XX. En éste contexto hay que ubicar a la muy correcta: “Z. LA CIUDAD PERDIDA” del director James Gray. La película se centra en un militar inglés, Percy Fawcett (1867-1925), correcto en lo personal y comprometido con un deber cívico mayor con su Patria: Inglaterra. A comienzos del siglo XX la Real Academia de Geografía en Londres le encomienda la exploración del Amazonas en los alrededores de Bolivia y Brasil. Aquí es evidente que la principal motivación no es científica sino colonialista: la explotación de los recursos naturales, en éste caso el caucho, para alimentar al monstruo industrial y engrandecer el poderío geopolítico británico en el mundo. Esto no se dice explícitamente, pero es bueno contextualizarlo porque en la realidad esto fue así. Es más, un espectador desprevenido puede terminar creyendo las reivindicaciones del abnegado explorador inglés, Percy Fawcett, como un acto de tolerancia antropológica y cultural en su interacción con los indios del Amazonas. La película hilvana muchas cosas interesantes pero termina sin profundizar en ninguna. Y ésta es su principal debilidad. Estoy convencido que ésta búsqueda de “El Dorado” bajo el código clave: “Z” de ésta película, que fascinó el imaginario europeo por siglos, se inspiró en el descubrimiento que hizo el explorador estadounidense Hiram Bingham III de la ciudad sagrada de Machu Picchu de la civilización Inca en 1911. No está demás decir que la mayoría de los tesoros de los países “explorados” en el llamado mundo periférico por gente como Percy Fawcett se pueden visitar en El Louvre de París o en el Museo Británico en Londres. En nombre de la ciencia y la cultura los gobiernos poderosos de la Tierra se han adueñado de los muchos tesoros que le son ajenos. “Z. LA CIUDAD PERDIDA” pretende ser una película de aventuras desde una sobriedad discursiva que solapa muchas de sus carencias argumentales, además sus dos horas y un poco más nos pareció excesivo. Concluimos que “El Dorado” nunca existió en la realidad, aunque sí en los deseos y la imaginación de millones de hombres y mujeres fascinados por una ciudad misteriosa cuyos materiales serian el oro y las piedras preciosas. Y el cine, eco de los anhelos represados en el subconciente colectivo mundial, retoma éste atractivo mito.