Disney adelanta un paso en la animación con cada nueva creación. Es la gran gigante del entretenimiento infantil y juvenil, y de todo el que se sienta joven. Una dedicación esmeradamente cuidada y mimada fotograma a fotograma. Mientras exista, la mayor compañía de animación del mundo continuará sin duda superándose, y más con la formidable competencia que salta desde frentes que poco o nada tienen que envidiarle cuando se vuelcan en el competitivo panorama de la animación, como Dreamworks, Fox o Studio Ghibli.
Se mueve con los tiempos sin perder su toque clásico. El cuento de Rapunzel cobra una frescura y un sentido del humor, sumados a su sobresaliente potencia visual, como yo nunca hubiera soñado al escuchar de pequeña la narración de la princesa de larga cabellera. Renueva la historia tradicional y diseña personajes ricos en gestos y movimientos, extraordinariamente expresivos. La plasticidad de la imagen, la profundidad en el detalle, y la agilidad de la acción trasladan al espectador a la prisión y los sueños de una jovencita condenada al cautiverio por el don de su cabellera, y a su sed de libertad que encuentra su vía de escape en un aventurero calaverilla y desternillante.
Alguna de las canciones mueve esa fibrilla susceptible a las escenas bonitas, como la de los farolillos flotantes que decoran el apogeo apenas estrenado de una vida nueva que justo acaba de comenzar.
Risas, emoción y noventa y tantos minutos de pasárselo en grande.
Y sueños a manos llenas, porque es Disney.