El escritor británico Robert Harris se desencantó bastante por lo visto de un personaje que admiraba, Tony Blair. “The ghost writer”, según impresiones que he leído por ahí, es el desahogo en la ficción de un sentimiento que ha estado en boga la pasada década, relacionado con la política beligerante de Bush-Blair y la guerra de Irak.
Controversias e intrigas políticas, maquinaciones de alto secreto y ansias por desprestigiar públicamente al ex primer ministro británico (lo mismo da que lo llamen Adam Lang o Perico el de los Palotes), en un thriller que para mí se salva por sus flashes de humor, más que por otra razón. Ahora siento cierta prevención hacia la novela de Harris, de la que he tenido conocimiento a través de esta película, y no es que me suscite esa reticencia porque yo sea partidaria de Blair ni nada por el estilo (no hay ningún político al que yo admire, pero que conste que no es discriminación, es un prejuicio generalizado, de hecho si yo misma fuera política, Dios no lo quiera, sería un desastre y no me votaría a mí misma). Es simplemente que la intriga presentada no excita en mí un interés desorbitado.
McGregor aporta el único personaje mínimamente entretenido.
Por cierto, si me contrataran para rebajarme completando las insulsas memorias ya esbozadas de un famoso (si con leer dos páginas del manuscrito asalta un aburrimiento supremo), preferiría quemar el contrato. O que me pagaran un buen plus de peligrosidad, porque eso de ser escritor fantasma es bastante perjudicial para la salud.
Ningún chollo. Mejor dedicarse a publicar columnas en el periódico vespertino, cubrir la sección de pasatiempos o escribir sobre lo que a uno le salga del alma, y seguir pagando la hipoteca.