"Dos hombres y un destino" es una película simpatiquísima. Manda narices agarrarse a eso para hablar de un western atípico, con una banda sonora heterodoxa y bicicletas campando con caballos. Pero es así, tiene mucho encanto, sabe entrar por los ojos y tiene a dos tipos que, como en cierta obra de John Ford, cabalgan juntos.

George Roy Hill junta una pareja letal, Robert Redford y Paul Newman, quién sabe si en el mejor momento de sus carreras, se ponen las espuelas de Butch Cassidy y Sundance Kid, dos forajidos atípicos, esos sujetos a los que la historia de los Estados Unidos deificó, alteró y terminó convirtiendo en mitos.

Con un ritmo adecuado y una sabia mezcla de sentido del humor y las más puras aventuras, digna de Alejandro Dumas, "Dos hombres y un destino" arrastra a los espectadores hasta una persecución implacable de los dos provocadores truhanes, encabezados por un inteligente, eficaz e infatigable inspector, Laforce, que ni siquiera sale en pantalla, pero es una sombra omnisciente.

Ha envejecido bien y sigue siendo una de esas rarezas que en su peculiaridad atesora la belleza que la distinguió como clásico.