Impresionante despliegue de Pablo Larraín y su equipo para tratar un tema poco propicio para elevar el espíritu. Por la temática y habidos los terribles escándalos que han vinculado a algunos sacerdotes con el abuso de menores, uno podría pensar que "El club" sería un film obvio, un alegato simple contra una monstruosidad. Sin embargo, astutamente, el inteligente guión juega con nosotros y nos adentra primero en la casa del monstruo, para que podemos entenderlo en su día a día... y por eso nos asustan más los individuos que pueblan ese lugar retirado de la mano de Dios.

No duden que todo está pensado. Las escenas iniciales, el papel de los perros en el pequeño pueblecito, el secretismo que tiene esa residencia donde una monja y un puñado de sacerdotes han sido alejados de sus parroquias para tenerlos controlados. Nadie dice nada, se sabe todo.

Como bien apunta Carlos Boyero, es mucho los que nos obliga a imaginar este relato. Una mirada a las entrañas de muchas miserias y sinsentidos, un club con derecho de admisión en el infierno al que adentra a su espectador, bajo una apariencia cotidiana que da más miedo que cualquier escena explícita.

Termina todo y nos alejamos de esa siniestra casa con la esperanza de no acabar nunca en un lugar así...

Cine con mayúsculas y actores en estado de gracia.