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8
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Ciencia ficción. Thriller
Cuatro hombres trabajan en un garaje construyendo aparatos altamente complejos. En parte por accidente y en parte por su pericia, descubren un mecanismo dotado de poderes que les permite conseguir casi todo lo que quieran. Se trata de un hallazgo que podría cambiar el mundo, pero que pondrá a prueba las relaciones entre sus inventores... (FILMAFFINITY)
1 de diciembre de 2009
116 de 161 usuarios han encontrado esta crítica útil
Miro mi reloj, las cinco menos cuarto. Compro una entrada. Queda más de una hora para que empiece la película. Entro en el bar, me tomo una cerveza sin alcohol. Menuda purga. Hojeo el viaje séptimo de los diarios estelares de Ijon Tichy. Stanislaw Lem es deslumbrante. Nadie juega con el tiempo como él en su libro Diarios de las estrellas.
Seis y diez. La sala se oscurece. Conviene estar atento. Dos tipos con corbata experimentan. Hablan de sus cosas. Su jerga me complace. Observan resultados sorprendentes: gravedad, desplazamientos milagrosos, aceleración de procesos vegetales… Hacen ciencia.
Anomalía. Sucede lo imposible. Las paradojas temporales desbordan a los personajes y al espectador. No pueden suceder. Se basan en un puro disparate: mientras el tiempo del mundo circula para atrás, un individuo concreto sigue viviendo hacia delante (acumula recuerdos y vivencias). Es fácil concebir un universo que avanza y retrocede, el latido cósmico perpetuo (big-bang, big-crash; big-bang, big-crash…) del que hablan los físicos teóricos. Se vive y se desvive eternamente. Pero esto no.
Somos en el tiempo. Nos agrada la idea de un dios intemporal. Salirse del tiempo y recorrerlo a nuestro antojo. Sencillamente, no es posible. Si el tiempo fuera reversible, nos revertiríamos con él. Igual que en la moviola. Todo hacia delante o hacia atrás. En consonancia. Nunca un fragmento que circule en sentido contrario a la totalidad. Si el Todo nos contiene no podemos estar fuera del Todo. Hasta un niño lo comprendería.
El cine te lo pone delante de los ojos. La paradoja. La ves. Es fascinante. No es posible. No puede suceder. Pero la ves. Ahí está, delante de tus ojos. Son sólo sombras en un lienzo. Estoy en mi butaca y sé que nada de lo que estoy viendo proyectado es realidad.
Seis y diez. La sala se oscurece. Conviene estar atento. Dos tipos con corbata experimentan. Hablan de sus cosas. Su jerga me complace. Observan resultados sorprendentes: gravedad, desplazamientos milagrosos, aceleración de procesos vegetales… Hacen ciencia.
Anomalía. Sucede lo imposible. Las paradojas temporales desbordan a los personajes y al espectador. No pueden suceder. Se basan en un puro disparate: mientras el tiempo del mundo circula para atrás, un individuo concreto sigue viviendo hacia delante (acumula recuerdos y vivencias). Es fácil concebir un universo que avanza y retrocede, el latido cósmico perpetuo (big-bang, big-crash; big-bang, big-crash…) del que hablan los físicos teóricos. Se vive y se desvive eternamente. Pero esto no.
Somos en el tiempo. Nos agrada la idea de un dios intemporal. Salirse del tiempo y recorrerlo a nuestro antojo. Sencillamente, no es posible. Si el tiempo fuera reversible, nos revertiríamos con él. Igual que en la moviola. Todo hacia delante o hacia atrás. En consonancia. Nunca un fragmento que circule en sentido contrario a la totalidad. Si el Todo nos contiene no podemos estar fuera del Todo. Hasta un niño lo comprendería.
El cine te lo pone delante de los ojos. La paradoja. La ves. Es fascinante. No es posible. No puede suceder. Pero la ves. Ahí está, delante de tus ojos. Son sólo sombras en un lienzo. Estoy en mi butaca y sé que nada de lo que estoy viendo proyectado es realidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Cambiar errores, enmendar la historia. Qué idea más absurda y sugerente. Sabemos que no es cierto. El doble surge de la paradoja. Si el mundo retrocede (y yo estoy en el mundo) mientras yo mismo avanzo simultáneamente, estoy en el mundo y fuera de él. Soy dos. O los que sean. Una vez que empiezo a duplicarme la cosa admite variaciones infinitas. Encuentros inquietantes. Universos paralelos. El mundo es la consciencia. O, mejor, cada consciencia es en sí su propio mundo. Una consciencia, un universo. Es ridículo pensar que si yo muero…
No hay enigma. Ni problema. Como decir “sólo sé que no sé nada” o “un vaso no es un vaso”. El enunciado expone una contradicción. No se resuelve aquello que no puede resolverse. De ahí la paradoja. Fantasear con ello es tan entretenido. Pero es falso. No puede suceder. Así de fácil.
Pasan los créditos delante de mis ojos. La sala se ilumina. Me acerco a la pantalla. La oprimo con cuidado. Nada. Miro detrás del lienzo. Ahí tampoco hay nada. Ya lo decía yo, un puro disparate. Nada por delante, nada por detrás. Ni lo ves ni lo verás. Un juego para niños.
Miro mi reloj, las cinco menos cuarto. Menuda máquina de mierda. Se ha vuelto a estropear. Salgo del cine y giro la cabeza. La misma cola en la taquilla. Un tipo peculiar que mira su reloj. Compra una entrada. Entra en el bar y pide una cerveza sin alcohol.
===
Una cerveza sin alcohol. Hay que joderse. Si lo llego a saber jamás hubiera pedido semejante porquería. Me está bien empleado. Por listo. Que sí, joder, ya sé que cuesta un euro veinte. Y encima le he dejado medio pavo de propina.
No hay enigma. Ni problema. Como decir “sólo sé que no sé nada” o “un vaso no es un vaso”. El enunciado expone una contradicción. No se resuelve aquello que no puede resolverse. De ahí la paradoja. Fantasear con ello es tan entretenido. Pero es falso. No puede suceder. Así de fácil.
Pasan los créditos delante de mis ojos. La sala se ilumina. Me acerco a la pantalla. La oprimo con cuidado. Nada. Miro detrás del lienzo. Ahí tampoco hay nada. Ya lo decía yo, un puro disparate. Nada por delante, nada por detrás. Ni lo ves ni lo verás. Un juego para niños.
Miro mi reloj, las cinco menos cuarto. Menuda máquina de mierda. Se ha vuelto a estropear. Salgo del cine y giro la cabeza. La misma cola en la taquilla. Un tipo peculiar que mira su reloj. Compra una entrada. Entra en el bar y pide una cerveza sin alcohol.
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Una cerveza sin alcohol. Hay que joderse. Si lo llego a saber jamás hubiera pedido semejante porquería. Me está bien empleado. Por listo. Que sí, joder, ya sé que cuesta un euro veinte. Y encima le he dejado medio pavo de propina.