Cronenberg introduce al espectador en las profundas neuras de los personajes, en sus temores y en la misma semilla del mal que reside dentro de cada uno. Como ya he comentado alguna vez, Cronenberg no busca el mal en el exterior sino en el interior del ser humano, germinando como un ente malévolo y parasitario, necesitado del calor de la violencia. En el filme, el mal se enraíza profundamente como algo inviolable dentro de la familia de la mafia rusa, cuyo "pater familis" (Armin Mueller-Stahl) encuentra motivos suficientes para utilizar sus expeditivos métodos incluso contra su propia familia si hiciera falta, tan sólo para salvaguardar una existencia de pasado cruel y tenebroso del que ni mucho menos está arrepentido.

Viggo Mortensen, espléndido en su complejo papel, es el reflejo de esa lucha interna contra el mal que reside también en él, producto de trabajar como chófer para la familia y ser, a la vez, la voz de la razón del inconsciente e incontrolable hijo del jefe mafioso (Vincent Cassel). Su relación con la doctora Naomi Watts provocará un cambio de rumbo en su vida, y gracias a ello protagonizará una de las escenas quizás más notorias y conseguidas del filme: la de los baños, donde lo vemos peleando como Dios lo trajo al mundo para regocijo del gusto de Cronenberg por la carne desnuda.