En el año 2006, Eastwood realizó dos películas sobre la batalla de Iwo Jima, desarrollada durante la Segunda Guerra Mundial. Una, "Cartas desde Iwo Jima" desde el punto de vista japonés. Y ésta, "Banderas de nuestros padres", desde el punto de vista norteamericano. En base a ello, Eastwood pretende y consigue más que razonablemente un sólido equilibrio y no poca ecuanimidad.
Iwo Jima fue, quizás, la gran batalla del Pacífico y desde el amigo americano todo quedó inmortalizado en la foto de unos soldados colocando la bandera americana encima de una colina, aparentemente tras la victoria. A partir de ahí, Eastwood crea, en un tono clásico, una obra más o menos briosa pero acompañada de un elocuente psicologismo. Se habla de la manipulación de las masas, del alma de las masas, de la bandera como símbolo, como coartada, como orgullo, como todo y como nada. Pero en el trasfondo hay una amargura infinita que liquida de un plumazo todo patrioterismo fariseico. Hay una guerra cruenta, muerte, soledad, odio, sangre. No hay héroes, solo hombres, mortales, de carne y hueso.
Eastwood se aleja concienzudamente de todo maniqueismo y ofrece una obra que, si bien pudo ser maestra, resulta tan espectacular como eficaz, tan certera como notable. Suficientemente esclarecedora, solo basta pasear por ese paisaje lunar, casi surreal, de la isla de Iwo Jima, excelentemente fotografiado por Tom Stern.