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Ordet (La palabra)

Drama Hacia 1930, en un pequeño pueblo de Jutlandia occidental, vive el viejo granjero Morten Borgen. Tiene tres hijos: Mikkel, Johannes y Anders. El primero está casado con Inger, tiene dos hijas pequeñas y espera el nacimiento de su tercer hijo. Johannnes es un antiguo estudiante de Teología que, por haberse imbuido de las ideas de Kierkegaard e identificarse con la figura de Jesucristo, es considerado por todos como un loco. El tercero, ... [+]
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Críticas 132
Críticas ordenadas por utilidad
20 de mayo de 2007
50 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kierkegaard, danés como Dreyer, escribió que la existencia del hombre puede encauzarse hacia el amor al prójimo; y, luego, puede ir más allá, y encaminarse al amor a Dios. Johannes, uno de los muchos protagonistas de Ordet, ha leído profusamente al filósofo y es considerado un loco iluminado por sus allegados. Sus actos, sus palabras, no son los esperados de un hombre cabal. Su padre (de enorme parecido con el dios de La Creación de Miguel Ángel) polemiza con el sastre Petersen sobre la fe, sobre cómo comprender qué es lo correcto, qué es amar a dios, cómo evitar el infierno… Y las exposiciones son tan coherentes que no caben juicios o valoraciones. Ordet no inclina la balanza, cuenta sin dogmatismos y con sencillez que la libertad para elegir, para dudar, para tomar un camino en la vida, es una decisión personal. Y lo muestra con un ritmo sosegado. La divergencia y la discusión encuentran su proporción en largos planos de acusado contraste de luces y sombras; las luces y sombras de la duda, de la imposibilidad de comprender a dios y de racionalizar la fe.

Solo Johannes parece haber dado el salto; quizá su locura no es tal, sino que ha alcanzado el estadio supremo, el que no intenta abarcar a dios, solo vivirlo…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Kick'Em Ars
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6 de enero de 2007
41 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Agradezco a José Luis Garci, el descubrimiento de este film, hace años cuando él dirigía un programa de cinéfilos a altas horas de la noche en TVE. Quedé impactado por ORDET, esta obra de arte procedente de Dinamarca, en poesía de blanco y negro, hasta tal punto que desde entonces la tengo ocupando uno de los puestos entre las diez mejores películas de la historia del cine. Luego la he vuelto a ver en diversas ocasiones, ganando mi admiración por ella, a la par que va pasando el tiempo y no veo entre los numerosos celuloides que anualmente llegan a publicarse, otros de tantísima excelencia que desplacen o superen a "La palabra". Esta es una película donde la religión, pincelada aquí con los matices de la fe cristiana, muestra sin ningún género de dudas por qué razón el ser humano es, antropológica e inevitablemente hablando, HOMO RELIGIOSUS.

Fej Delvahe
Fej Delvahe
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13 de agosto de 2008
36 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Carl Theodor Dreyer decididamente creía en los milagros.
En un mundo dividido por las disparidades religiosas y sacudido por la soberbia, por la intransigencia, por las dudas y por el escepticismo, Dreyer trajo un pequeño rayo de fe y de esperanza.
Dreyer creó en este drama todo un dogma de fe, renovó unas creencias gastadas por la indolencia y por la inercia: que quizás en estos tiempos tan revueltos, sólo los niños y los que tienen nublada la razón, puedan ver la auténtica luz. La que está vetada a todos los demás. A los escépticos, a los agnósticos, a los que no creen más que en lo que tienen ante sí. Y yo soy la primera descreída, la primera que se mueve no ante unas leyes divinas invisibles y para mí bastante improbables, sino ante las leyes naturales, las del sentido común y las del corazón. Yo me cuento entre quienes sólo creen en los pequeños milagros cotidianos, entre los que creen en la vida y en todo lo hermoso que ésta trae. Me gusta pensar que existe una belleza que trasciende lo que somos como seres humanos y que alcanza a lo que nos rodea. Pero yo, al igual que Mikkel Borgen, no tengo fe en un Dios impreciso y externo a mí al que no puedo ver. No acepto la muerte porque supone un drástico final, una separación definitiva.
Muchas veces pienso que las personas necesitamos creer que hay algo más allá de nosotros y de nuestra vida, para aceptar mejor la idea de la muerte. Que quienes se marchan, no lo hacen para siempre, y que de algún modo seguirán amándonos desde alguna parte, y que un día nos reuniremos de nuevo. Tal vez incluso yo misma necesite creerlo, para soportar mejor el vacío de la muerte.
Ojalá pudiera estar convencida de eso. Pero nunca lo estaré. Siempre me atenazará la certeza de que la vida se acaba, y punto. Y no hay nada más.
Dreyer me ha aportado una ilusión hermosa. Durante dos horas me ha regalado un poco de esa fe que yo apenas tengo. No la fe entendida como la creencia ciega en unos dogmas impuestos que no se entienden bien. La fe en el amor y en todo lo que realmente hace que esta vida sea más que polvo y miseria.
Dreyer me ha dado una lección de humildad y de confianza. Las dos familias enfrentadas por fútiles diferencias en sus observancias de la fe, que van atravesando por un proceso de cambios, demuestran de la forma más sencilla y conmovedora que, cuando aprendemos a movernos por algo más que por necia arrogancia y a dejar ésta de lado, los frutos pueden ser muy dulces. Y que todo, todo, es posible si aprendemos a escuchar.
Y si amamos. Si amamos por encima de todo. Quizás sea ése el verdadero milagro de la existencia humana. Un milagro en el que yo sí creo a pies juntillas, y que todos los días tengo la fortuna de sentir.
Excelso drama familiar y de fe, que trae al presente los milagros del pasado para demostrar que tal vez no estamos perdidos, que tal vez no viajamos solos por este valle de sombras.
Vivoleyendo
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4 de septiembre de 2007
31 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
El tema de la religión nunca ha sido santo de mi devoción, y bueno, sí que he tenido mis propios conflictos interiores y mis dudas existenciales, pero hace algún tiempo que dejé de pensar en todo ello.
Por eso esta película se me antojaba aburrida o un tanto intrascendente.
Segunda película que veo de Carl Theodor Dreyer, después de la pequeña decepción que supuso para mí Dies Irae; y ahora sí, encontré las imágenes perdidas que andaba buscando. Esta obra sí es imperecedera.
Bueno, vamos a ello: Ordet se manifiesta como un gran drama sólido y profundo, donde al tema de la religión, tan poco atractivo para lo que concibo como “cinematográfico”, se le otorga un punto de vista que hace del film algo fascinante.
Son muchas cosas las que hacen de esta producción una obra de arte, pero realmente es tras esas reflexiones que afloran incesantemente donde reposa la grandeza de esta película. Se plantean las dudas y las angustias del ser humano de forma sublime gracias a un elaborado trabajo de guión donde, además, Dreyer se permite incluso esgrimir alguna respuesta a toda la oscuridad que nos rodea.
Otro de los elementos maestros de la obra es la galería de personajes que habitan en ella, al cual más interesante, destacando para mí el malogrado Johannes.
La iluminación es ahora más rica en gamas y texturas que en Dies Irae; y la ambientación es menos plana y más detallista.
La dirección se caracteriza por el uso de “cabezas calientes” (dudo que las grúas tuvieran este término entonces) y de planos secuencia que, como no, realzan las maravillosas actuaciones de los actores. Elegante, elaborada y, sobretodo, cuidada al milímetro.
Y ahora el final… sin el cual esta película no se merecería más de un 8. Al final todo encaja, como en una fina pieza de orfebrería, y los eslabones se van uniendo sin grietas ni fallas en la estructura del guión. Y el último eslabón, Johannes, supuestamente recuperado de su locura, es quien sella esta obra para la eternidad con un impresionante final lleno de emoción.
En definitiva, una obra mayor urgentemente humana y sincera, donde los intensos sentimientos esbozan unas reflexiones con poso, que trascienden más allá del cine.
Redonda.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Alexei
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11 de octubre de 2008
29 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues sí, después de años leyendo sobre ella y de ignorarla en un pase que Garci hizo hace años, ayer por fin la vi, y capitulé. Acabé rendido ante lo que me pareció una obra maestra absoluta, mi favorita de Dreyer hasta el momento. He de decir que me resulta curioso, pero me seduce más el cine de Dreyer que el de Bergman. Y me resulta curioso porque a priori no debería ser así. Aquí tenemos una película con una carga religiosa impresionante que me ha dejado anonadado. Y yo tengo de creyente lo que tengo de abstemio, pero no me ha costado nada creer en Dreyer mientras la gozaba. Los personajes, la planificación de las secuencias, el ritmo, los diálogos, las actuaciones... El estilo narrativo de Dreyer posee una cualidad hipnótica tremenda. Yo me siento imantado a sus películas desde el primer instante, absorbido, aunque lo que me cuenta me sea relativamente ajeno o lejano. Dreyer lo tenía, y yo lo celebro. El final de Dies Irae me hizo fruncir de ceño un poco, pero aquí hinqué la rodilla y me maravillé, dejando los demás juicios a un lado.
Inmensa.
Peter Gabriel 77
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