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Ordet (La palabra)

Drama Hacia 1930, en un pequeño pueblo de Jutlandia occidental, vive el viejo granjero Morten Borgen. Tiene tres hijos: Mikkel, Johannes y Anders. El primero está casado con Inger, tiene dos hijas pequeñas y espera el nacimiento de su tercer hijo. Johannnes es un antiguo estudiante de Teología que, por haberse imbuido de las ideas de Kierkegaard e identificarse con la figura de Jesucristo, es considerado por todos como un loco. El tercero, ... [+]
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Críticas 132
Críticas ordenadas por utilidad
10 de marzo de 2007
322 de 374 usuarios han encontrado esta crítica útil
Realizada por Cart Theodor Dreyer (1889-1968), la película se basa en la obra teatral "Ordet" (1932), del pastor Kaj Munk, asesinado por los nazis. Fue adaptada por el propio Dreyer, autor del guión. Se rodó a finales de 1954. Ganó el León de oro de Venecia, extensivo a toda la obra del autor. Producida por Dreyer, Erik y Tage Nielsen, se estrenó el 10-I-1955 (Dinamarca).

La acción tiene lugar en Jutlandia Occidental (Dinamarca), en torno a 1930. En el seno de una pequeña comunidad rural, el granjero Morten Borgen (Henrik Malberg) está enfrentado al sastre, Peter Petersen (Ejner Federspiel) por cuestiones religiosas. El granjero encarna el espíritu de la reformada Iglesia Danesa Luterana, mientras el sastre representa a la Iglesia de la Misión Interior, de moral severa y creencias rígidas.

La película desarrolla el drama de una familia rural. Hace uso de pocos personajes y pocas localizaciones, que sitúa en un ambiente dotado de cierta irrealidad. Está considerada como una de las principales obras sobre religión de la historia del cine. El realizador vuelca en ella sus angustias religiosas, incentidumbres filosóficas y dudas morales, que explica con respeto y sinceridad. Plantea preguntas sobre el sentido de la fe del teólogo, la de los niños inocentes, la que nace de la bondad de Inger (Brigitte Federspiel), la del loco Johannes (Preben Lerdoff), antiguo estudiante de Kierkegaard, la que se oculta en el buen corazón del agnóstico Mikkel (Emil Haas Christiansen). Siembra interrogantes sobre la intransigencia religiosa, las peleas de religión, las disputas sobre cuestiones como el perdón, el valor moral de la alegría, el amor humano como expresión del amor divino. Hace referencia a las relaciones entre religión y religión (la luterana reformada y la de la Misión interior), religión y ciencia, religión y fe, religión y vida, que invitan a su libre consideración. La muerte inesperada de Inge conmueve a todos e introduce un tema nuevo: la existencia o no de milagros. En los momentos culminantes de la vida, nadie cree en los milagros, dice Dreyer, salvo el loco Johannnes (la fe más allá de la razón) y la niña Maren (la inocencia en la que anida la fe). En la pieza de teatro no hay milagro, en el film posiblemente si o tal vez no. Pero lo más importante no es el milagro, lo que más vale es el amor, el de la pareja fundida en un abrazo físico prolongado, que exalta la vida. Posiblemente los milagros más importantes son los que llevan a la reconciliación, la concordia y la paz. Posiblemente la fe auténtica es las que más cree en la vida como expresión de trascendencia.

La música aporta cánticos religiosos populares y melodías (cuerda y viento) de gran belleza. La fotografía ofrece movimientos panorámicos de grúa, planos generales, tomas largas y composiciones inspiradas en la estética del pintor danés Hammershoi. Evita los efectos especiales y toda artificiosidad. La ambientación es de una sobriedad cautivadora.
Miquel
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7 de septiembre de 2005
264 de 299 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace unos años, cuando esta película se emitió en el programa ¡Qué grande es el cine!, uno de los contertulios, Antonio Giménez Rico, hizo un comentario que me hizo gracia porque me pareció una observación interesante. Dijo algo así como que viendo el cine de Dreyer y esta película en particular, es imposible imaginarse el rodaje... con las paradas a comer, el reparto de bocadillos entre los figurantes, los técnicos en ropa de sport, las pausas entre toma y toma, el equipo hablando de cosas mundanas, o jugando a las cartas...

Ciertamente, el cine de Dreyer parece que no haya sido realizado por nadie, sino que directamente haya caído del cielo.
Amor Perro
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4 de abril de 2009
153 de 210 usuarios han encontrado esta crítica útil
Miedo no, pavor me daba acometer una peli como esta. Uno de esos totems del séptimo arte que sirven, entre otras cosas, para separar el grano de la paja. Para distinguir entre gafapastas de solvencia contrastada y frikicinéfilos de tres al cuarto. Para corroborar, en definitiva, si mindundis como un servidor están o no preparados para dar ese ‘salto’ que sí han conseguido efectuar otros compañeros de FA. Un ‘salto’ similar al que consigue dar Johannes en “La palabra” y que yo, visto lo visto, no he conseguido perpetrar todavía.

Aún así, considero que me es lícito sostener -sin temor a blasfemar- que pese a tener chicha, muuucha chicha, la peli de Dreyer no ha llegado a impactarme como esperaba. Es muy posible que todo ello se deba a que jamás he leído a Kierkegaard o bien a que mis ocasionales gafas de pasta necesiten una nueva graduación de forma urgente e inmediata, pero os aseguro que, en ningún caso, mi desencanto con esta peli ha sido una cuestión de fe. O tal vez sí. Me explico.

Tenia fe en que “La palabra” provocara en mi intelecto un brainstorming de reflexiones filosófico-religiosas imposibles de contener. Tenia fe en que mi capacidad emocional se viera vapuleada por un implacable bombardeo de sensaciones y sentimientos metafísicos de abstrusa dilucidación. Tenia fe en que mi espiritualidad se viera desbordada por un éxtasis místico de irreversibles consecuencias. Pero no. No ha sido así. Resulta obvio que mis creencias cinéfilas no deben ser lo suficientemente fervientes y poderosas como para lograr percibir y gozar de todos y cada uno de los pormenores de esta obra maestra. Lo lamento.

Porque sí, la peli posee una factura impecable (iluminación, movimientos de cámara, puesta en escena), una dirección vigorosa y un ritmo narrativo deliberadamente exasperante, pero todo lo demás (el discurso filosófico-religioso) se me antoja demasiado altivo, demasiado endiosado, demasiado sublimado. Parece como si todos esos personajes debatieran sus convicciones y sus dudas en el limbo, profilácticamente resguardados de cualquier tipo de amenaza terrenal o prosaica. Exceptuando el café. Eso sí. Jamás había visto una peli en la que los protagonistas tomaran tanto café. En cualquier caso, como bien dice Amor Perro resulta casi surrealista imaginar como pudieron haber sido las pausas de un rodaje tan excelso. Y es que comerse un bocadillo de mortadela, abrocharse los pantalones o hurgarse la nariz al lado de un Dreyer mirándote de reojo debe ser un pelín incómodo ¿no?.
Taylor
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2 de septiembre de 2006
102 de 121 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi opinión, Ordet es una pelicula sobre la religión, sobre la esencia de la religión, la fe. Creer, tener fe, no debe ser solamente sentir algo o intuir algo o pensar en Dios o "creer un poco", sino algo absoluto. O por lo menos entiendo así lo pensó Kierkegaard, referente inmediato de Johannes "el loco", curioso Quijote. Precisamente ese era el salto que Kierkegaard no podía dar, el salto trascendente hacia lo absoluto de la fe. Religioso curioso nuestro filósofo, que no podía alcanzar aquello que sólo podía amar idealmente. Ahora bien, el personaje principal de Ordet sí ha dado ese paso que a Kierkegaard se le resitió . ¿Qué tenemos entonces? A un Johannes "el loco", supuestamente hereje, supuestamente un pobrecito alejado de la mano de Dios, y al gremio de "creyentes", tanto ortodoxos como heterodoxos, igualmente "creyentes oficiales". El gremio disputa sobre diversas cuestiones mientras los acontecimientos "cotidianos" se suceden, mientras que Johannes permanece "absorto" en su "melancolía" incomprensible para el gremio. Sin embargo, al final de la película, Johannes hace de puente entre la fe y el gremio, y como si de un demiurgo se tratase convoca a lo absoluto permitiendo así al gremio alcanzar la fe. "La joven del agua" pretende evocar algo parecido, pero sin el contenido "religioso" de Ordet, y para mí naufraga en el intento. ¿Para que hablar de la fe con metáforas? Pues, por ejemplo, para eludir el contenido religioso explícito, que no necesariamente el implícito. Ordet sin embargo va a por todas y es explícita al respecto: la cuestión es la fe, la fe religiosa. ¿Quién posee la fe? Johannes: lúcido para él mismo, loco para los demás. No en vano, en el momento en que el padre dice algo así como "ya no sé si Dios es ésto o es lo otro, si esta en mi o fuera de mi, si creo o no en Él, si me estoy volviendo loco", Johannes le responde algo así como "ahora te estás acercando a Dios". El final de Ordet curiosamente está rodado de forma naturalista, al igual que el resto de la obra. Este dreyeriano naturalismo trascendente resulta efectivo: Dios está en lo aparentemente trivial, en todas las cosas.Lo viciado del hombre es su mirada, la pregunta no es ¿Quién? ¿Cómo? sino ¿Dónde? Pero en la teología cristiana y sus derivados el "dónde" ya se da por hecho. El final resulta natural en una pelicula sobre la trascendencia, un naturalismo que extraña dado el phantasticum de la secuencia. Y ahí creo reside lo paradójico de Ordet, en su verismo fantástico. Al fin y al cabo, los temas de Dios son "fantásticos" pero "ciertos", tal vez más reales porque trascienden lo real, porque en ellos ya no hay fronteras ontológicas que separen lo real de lo imaginario, al ser del no-ser. ¿Barridas las fronteras cabe esperar que se produzca, efectivamente, lo imposible?
JohannesOrdet
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3 de diciembre de 2009
88 de 124 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alentado por deniztek, y preparando el terreno para la inminente y deseadísima degustación de The White Ribbon, discípula de Dreyer según chaquetas, anoche presencié esta inolvidable experiencia.

Porque esta película no se olvida, desde luego. Aunque un alud de sentimientos encontrados me sobrevino tras verla.

Por una parte, su hermosura es demencial, casi obscena. El modo que tiene de embelesar, de magnetizar, de captarte para la causa aunque no tengas fervor religioso, como es mi caso, es evidente.

Tiene semejante capacidad empática que ahí estaba yo, sintiendo la embaucación sobre mis hombros, sintiendo la amenaza del crucifijo como un vampiro malherido. Y me dejé llevar por las trompetas celestiales, confieso, y disfruté la mirada limpia, emocionante y apasionada de Dreyer, y si bien no me identifiqué con esa devoción cristiana en ningún momento, como era de esperar, sí al menos sus personajes me movieron a la piedad, de algún modo me importaban, y eso es valorable.

Pero, por otra parte, no lo negaré, yo confiaba en alguna vuelta de tuerca crítica, en alguna lanza furibunda por parte del desconsolado y ateo esposo, pero no, al final reinó la calma y se abrieron las aguas.

El final, muy bonito y romántico eso sí, a mí no me gustó. Hasta ahí cierta inquietud y una ligera sensación de ambigüedad, o eso creía yo presenciar, me mantuvieron en vilo, pero ese trazo tan propagandístico, complaciente y grueso de su desenlace me sobró.

Y ahí es donde Bergman, por ejemplo, con su modo ambivalente, agónico y hasta canalla de analizar la fe, su delicioso toque unamuniano, me me gusta y me toca infinitamente más, porque me le creo más, porque tiene más aristas y porque no es tan lacrimógenamente oportunista y aleccionador como el de La Palabra.

Pero vamos, como panfleto cristiano, porque la película no es más que un precioso e inmaculado panfleto cristiano, no creo que haya en la historia una película más hipnótica que ésta. Entiendo a la perfección quien la tilde de obra maestra del cine, de hecho si atiendo a lo formal yo también lo creo, pero permitidme que mientras proclamáis eso me retire con Buñuel a tomar unos buñuelonis y a cuestionar un poco el mundo, si sois tan abables.
Barfly
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