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Almanaque de otoño

Drama Una mujer anciana es dueña del apartamento en que vive con su hijo. La mujer está enferma, y una joven enfermera, acompañada por su novio, se ha mudado con ella para administrarle las inyecciones. (FILMAFFINITY)
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
31 de agosto de 2008
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Öszi Almanach emerge como un punto de inflexión en la obra de Béla Tarr.
Primero desarrolló su etapa de cine social (Family Nest, The Outsider y The Prefab People) y después su última y diametralmente opuesta etapa de cine contemplativo (Kárhozat, Sátántangó, Werckmeister Harmóniák y A Londoni Férfi). En medio de ambas etapas se encuentra Öszi Almanach.
Se podría considerar como un paso dubitativo, una toma de aire, quizás, antes de abandonar radicalmente la temática social para comenzar a explotar la influencia del cine de Tarkovski y Antonioni en su hasta ahora labrada época contemplativa.
Por todo ello estamos hablando de una película extraña, tanto dentro como fuera de su contexto. Profundamente teatral, tanto en el tratamiento de los diálogos en forma de pseudo-soliloquios discursivos, como en el del entorno y los escenarios.

Dicen que el húngaro es el único idioma al que hasta el mismo diablo le tiene respeto. Ese refrán magyar viene acentuado por un raro componente demoníaco (del que ya hablaba Jonathan Rosenbaum) presente en gran parte de los films de Tarr. Ese componente se hace presente aquí en unos versos de Pushkin que abren la película, y que plasman de manera sutil la esencia de la misma: una criatura misteriosa, díscola, amarga, que no hace más que dar vueltas en círculo por oscuros derroteros, siempre perdida.
Podríamos decir que se trata de un drama de interiores, tanto física como espiritualmente hablando, donde todo cobra importancia, desde la presencia de una casa sin un principio ni un fin, constituida de forma caprichosa, como un cúmulo de amplias y desoladas habitaciones inconexamente dispersas en medio de un vacío negro; hasta el retrato de una comunidad difuminada y desfigurada cuyos cinco integrantes no hacen sino pulular por un territorio hostil completamente aislados del mundo real.

Segundo film en color en la filmografía de Béla Tarr, después de la obra televisiva Macbeth (estructurada en tan sólo dos planos), con la que comparte su vocación teatral, podemos destacar en él la vistosidad de su iluminación, orquestada por nada menos que tres personas, donde más allá de lo original de dividir la escena en dos partes separadas por el azul y el rojo (y de su supuesto simbolismo), destaca la elaboración arbitraria de una fotografía destinada a crear cuadros con un aroma fantasmal y surrealista, donde la luz sale de los lugares más insospechados, donde el juego de sombras y colores refuerza la idea de incomunicación con el mundo exterior, encerrando el escenario de este modo en el reino de los sueños y de las pesadillas.

El trabajo de cámara se basa en el montaje externo -contrariamente a los films posteriores donde el plano-secuencia es el recurso estético y dramático escogido-; confeccionando encuadres sugestivos y variados y planos tan fascinantes como transgresores (hay unos cuantos travellings que apuntan maneras para sus siguientes trabajos).
(Sigue en spoiler por falta de espacio).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Alexei
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31 de julio de 2023
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sombras de color maldad. Clavos que sujetan etiquetas de salvación... Letreros abismales. Claustro con demonios en rebeldía. Convivencia del odio a base de guerrillas por comisión.

Tarr se aleja del estilo de sus inicios para sumergirse en la mística interna del individuo. No deja de lado las inertes relaciones entre humanos y su incapacidad empática del interés. Se apoya en la estética del color y los encuadres incómodos. Enfrenta a personajes, utilizando barreras visuales, jugando con luces y sombras. El escenario es la proyección misma del hábitat del "YO". Personajes decadentes intentando despertar de las catacumbas de la vida, condenados a un eterno limbo sin esperanza. Camaradería insana, canibalismo existencial.

Apocalíptica. Humanamente decadente, deshumanizante. Como llanto que no rompe. Un deshoje permanente.
La puerta de Tannhäuser
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27 de agosto de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizá una de las cintas más accesibles de su director, Almanaque de Otoño marca ya desde su propia concepción estética esta circunstancia. El uso del color podría considerarse, dada su anecdótica presencia a lo largo de su filmografía, como una ligera concesión en contraste con la acostumbrada dureza cromática de sus restantes obras, aun siendo fiel a la mayoría de las constantes que definen la subyugante puesta en escena modelada por este insobornable director.

Efectiva metáfora sobre el desaliento existencial reinante en su esquinada concepción del presente de una polarizada Europa, la película perdura como desgarrada crónica sobre la anestesia moral de unos personajes que podrían considerarse como arquetipos del mecanicismo animal. Estructurada como una sucesión de desesperadas piezas de cámara, la crueldad va colonizando progresiva e irremediablemente todos y cada uno de los lazos establecidos entre los distintos habitantes de un malogrado simulacro de hogar. Privados de cualquier oportunidad de redención, solo encuentran una posible vía de escape, intuimos que temporal, en la inmolación del más débil, acatando sin resistencia las inexorables leyes de la Naturaleza más primitiva, leyes que rigen los precisos mecanismos de la depredación como forma de supervivencia.

Pero, tras la certera y contundente escena final, el director parece apelar directamente a la audiencia con una devastadora pregunta final: ¿hasta cuándo perdurará el equilibrio basado en la saciedad dentro de este inclemente ecosistema? Posiblemente hasta que el hambre vuelva a hacer mella en los volubles espíritus que lo constituyen, ya deberíamos saberlo.
Evol
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29 de abril de 2009
7 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ayer fui a ver al fin una película de Béla Tarr, director por el que sentía mucha curiosidad tras leer varias críticas de sus películas y de su estilo de cine (al menos de su "segunda época"). Hasta ese momento sólo había visto algunas espectaculares imágenes de Sátántangó y El Hombre de Londres que me impresionaron visualmente. Por otro lado, esta película tiene buena puntuación en Filmaffinity y en varias ocasiones encuentro comparaciones entre Tarr y Tarkovsky, director por el que reconozco mi enorme admiración.

Pues bien, el chasco que me llevé es de campeonato. Salí con ciertas dudas de si se trata de un acto de esnobismo, de un producto fallido, o en el mejor de los casos de un problema personal mío de recepción del mensaje de la película (y de su desarrollo, muy importante). Me parece larga sin justificación, meramente teatral y poco sincera a nivel artístico, con elementos artificales que se supone que quedarán bien (lo de la silla que se veía a través de la ventana ya me lo tomé a chiste) pero que en muchas ocasiones resultan absurdos y no integrados. Diría que busca una belleza plástica alternativa sin encontrarla (luz saliendo de la mesa de cocina, pelea sobre el suelo de cristal o paredes con papel arrugado - ¿será la irregularidad de las paredes la influencia de Tarkovsky? -) El abuso de los diálogos densos y "¿profundos?" parece muchas veces una mera justificación de una supuesta complejidad cultural o psicológica para las que no estoy preparado. El juego de rojos y azules (que puede que tengan un significado, yo no lo encontré) en combinación muchas veces con las tonalidades verdes y una fotografía que deja mucho que desear, resulta en un aspecto cutre y dejado desde el punto de vista de la propia película, que ya no de la impresión que los escenarios deben ofrecer. Además, y aunque sea una tontería, parece que sólo consigue rellenar, acentuar o romper la monotonía de muchas escenas recurriendo a los cigarrillos de los protagonistas (sin sacarle ni de lejos el partido que por ejemplo Wong Kar Wai obtiene en varias escenas de Deseando Amar).

Me parece la obra de alguien que quiere llamar la atención desde una posición underground más que de alguien con preocupaciones reales que analiza o plasma en la película mediante un estilo que fluye de manera natural. En resumen, mi impresión es la de haber asistido a una mentira artística que aburre mucho y cansa. Sólo espero que pese a la puntuación que tiene, no se trate ni de lejos de una de sus mejores obras.
Puercoespín
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20 de septiembre de 2009
16 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Béla Tarr no sabe anunciarse ni sacar partido a su cine de extraordinaria pureza. El cine de autor debería buscar fórmulas de marketing basadas en la publicidad impactante y consumista:

¡Esta vez en color! ¡En todas las filmotecas de todo el mundo! ¡Venga a ver la ultima joya de arte y ensayo de Tarr en Dobly Sorround y Technicolor! ¡"Almanac of Fall" en 3D"! ¡Quítense sus gafas de pasta gruesa y observen la última obra teatral como si estuviesen delante del escenario!

Obviamente nunca funcionaría. Como la propia película: la iluminación parece la de un picadero o un puticlub barato de carretera. De poco sirve tener pleno dominio de la puesta en escena, teatral en este caso, utilizar el cenit o el denit, manipular con la iluminación el estado interior de los personajes si lo que estas contando es soporífero e inaguantable ¿Y del resto? ZZZZzzzzZZZzzzzzZZZzzzzzZZZZZzzzzzzzzzzzzzzzzzzZZZZzzzz


Lo mejor: el homenaje ochentero a Adam & The Ants y demás grupos neorrománticos en esa sombra de ojos. Aquí las únicas inyecciones las necesita el espectador: de sobredosis de taurina para aguantar despierto.
Maldito Bastardo
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