Winter Brothers: La odisea

Este disparo que nos hace saltar de la butaca nos condiciona para la que quizás sea la mejor escena de la película, cuando el protagonista invita a su vecina a ver un experimento en su cocina. Ambos personajes se protegen con gafas y se tapan los oídos al mezclar dos componentes químicos. Esperando la reacción, viendo el líquido blanco dentro de la botella, nos preparamos a que la mezcla explote. Pero de pronto, siguiendo el truco más antiguo de la historia del cine narrativo, estilo Méliès, de un fotograma a otro el líquido cambia de blanco a negro en una fracción de segundo. La tensión que el director nos crea frente a una explosión que nunca llega, de pronto se transforma en asombro ante tal simpleza y tal magia

Otra secuencia a señalar es la pelea entre hermanos, ambos desnudos, perfectamente coreografiada que recuerda enormemente a la mítica escena de lucha de Mujeres enamoradas de Ken Russell. La violencia y rabia como acto sexual liberador y prohibido. Justo la escena anterior es otra maravilla técnica. Fuera de la casa, una cámara enfoca una ventana. A continuación toda la escena se construye a partir de un giro de cámara fija de 180º, en movimiento de vaivén, de derecha a izquierda. En los sucesivos giros vemos a la vecina besándose con el hermano, a los trabajadores subiendo al furgón que los llevará a la mina, al protagonista llegando a casa, a los hermanos peleando y a la vecina huyendo por la ventana. Todo para acto después, mostrarnos la escena de lucha que dura varios minutos.

Otro momento dirigido con maestría es en el que los mineros trabajan en plena oscuridad, con las linternas de los cascos se entrecruzan. Pero de pronto, el protagonista aparece iluminado. Comprendemos así que uno de sus compañeros le está observando sin necesidad de enseñarnos al personaje que lo vigila. No solo eso, sino que el resultado es más efectivo al ver al protagonista mirar fuera de cámara. La tensión aumenta sin que sepamos qué pretende ese hombre que lo mira pero al que no vemos.

Es cierto que tres escenas buenas no hacen necesariamente que una película sobresalga, pero en Winter brothers es una gran idea tras otra, incluso en escenas cortas. Cada corte muestra una escena distinta a la anterior que despliega ante el espectador un imaginario que no deja de crecer ni de ganar en calidad. En los primeros minutos de la película, el protagonista sale de su casa para subirse al furgón que lo llevará al trabajo. Una escena, en principio, simple. La cámara en vez de seguirle, toma otro camino y atraviesa la cocina lentamente para salir por la ventana y verlo subir al vehículo. En el recorrido oímos el zumbido de los electrodomésticos y el viento que mece la cortina que terminamos atravesando.

Esta escena que homenajea el recorrido en la cabaña del incendio de El espejo de Tarkovski, contribuye a crear una atmófera envolvente en un escenario tan minimalista de una historia tan simple. La forma se impone al contenido para magnificar su efecto, al fin y al cabo, el director podría haber seguido al protagonista, o simplemente, omitir una escena que no contribuye a la narración. Se desmuestra por tanto que Palmason no sólo quiere contar una historia, quiere crear un entorno, quiere dejar que la técnica modele el relato, que la película avance en el término cinematográfico más estricto de la palabra: allí donde ni la literatura ni el teatro pueden, sino la cámara y el montaje. Herramientas esenciales y exclusivas del séptimo arte.

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