Pecados conyugales

La duda.
Comedia ligera, liviana, y con un somero tinte de cine negro.
A pesar de que aspira a revestirse de ese aire de modernidad y desenfado que corresponde al cine español de final de los años sesenta, resulta algo tosca y sobreactuada.

La ambición.
Fina ironía, sutileza y humor acerado.
El relato mordaz y cáustico se desarrolla con brillante originalidad y deja prendido en el espectador un punto de reflexión que se cuela entre unos fotogramas que parecen destinados al humor pero que poseen calado dramático.

Los celos.
Ocurrente, original e imprevisible.
Historia compleja en su aparente sencillez que opta por la rotundidad y destapa la esencia de lo singular y de lo valioso gracias a una trama bien urdida y a un guión que desvela sus intenciones con parsimonia y acertado criterio.

Una de las obras menores de Forqué, aunque se puede ver gracias a la muy agradable banda sonora y porque en general resulta simpática. Se compone de tres episodios independientes y tiene diálogos y situaciones de una relativa audacia para su época. El primero de ellos no tiene demasiada importancia, y cuenta una historia triangular algo confusa y en la que no se llega a nada realmente sólido aunque sus tres protagonistas se desenvuelvan bien con unos papeles diseñados a la medida de lo que entonces solían interpretar en lo que a la comedia se refiere. El segundo no está mal, y está coronado por las breves apariciones de dos bellas actrices que no alcanzaron la popularidad dentro del medio cinematográfico como son Gloria Osuna y Olga Omar. Está localizado en Valencia y su planteamiento argumental resulta pintoresco, con Esperanza Roy en un papel insólito. El tercero transcurre entre barrenderos y resulta ser el mejor de los tres, con Manolo Gómez Bur cedido como dice en los créditos por Ágata Films pues en ese momento efectivamente estaba triunfando en producciones de Dibildos. Se presta atención en este episodio a la movilidad de la cámara, y se recogen unos paisajes urbanos de indudable atractivo. En resumen resulta ser una película aceptable, porque aceptable cuando no genial es casi todo lo filmado por Forqué antes de entrar en la década de los 70, momento en el que aparecen sus obras menos logradas.

Quienes vean un 4,1 de media quizá no se atrevan con esta peli. Pero vale no la pena, sino la diversión, verla.
Además de eso, el interés histórico.En Occidente las cosas habían cambiando desde el 67, arrancando como casi siempre, en las modas y los modos, de USA. Luego vino el 68 y todo eso.
En España entró también el desenfado, como esta peli. Empieza con una mujer fumando un puro (en esto la Montiel fue pionera) y un adulterio, con un Arturo Fernández a la vez grotesco y gracioso. “¿Usted es el amante de mi mujer? Sí, señor, modestia aparte”. Y un apunte pro divorcio: “Soy el marido y estamos y en España en este país hay que cargar con lo que le echen, le guste o no le guste”. (Es que el marido tiene un punto de homosexual).
En la película hay también un inicio de pre-destape, pero sin lo chabacano que fue después.
Son tres historias, Esta primera no es la mejor. Deberían haberla puesto en medio.
En la tercera, en una disputa de tráfico: “¡Te voy a matar! ¿Me va a matar, me ha llamado comunista?” La censura empieza a flojear. O “Tienen la culpa los curas, que tampoco dan golpe”.
Eso sí, como cine , lo que se dice cine, no vale mucho.