Nueve días

Edson Oda se presenta en este debut como un director más que competente en la dirección y bastante original en el guion. Ambas maestrías vienen directas de su puño y letra, y crea un políptico humanista con mensajes marcados y profundamente políticos. Sí, políticos, porque en un mundo donde no se aprecia la vida, donde se premia lo salvaje, donde siempre gana quién se subordina a la ley de la selva, aquel que defienda los valores humanos, empáticos o solidarios es alguien político.

Nine Days cuenta un relato metafísico, que no divino, ni mágico. Nueve días es lo que tienen varios candidatos para cumplir ciertas pruebas y ser elegidos. El personaje que elige quién supera estas pruebas no es un dios, ni ninguna fuerza mayor del universo: es una pieza más del entramado que dirige Oda. Este personaje, Winston Duke, elegirá cuál de estos candidatos va a tener la oportunidad para vivir. Pues éstos no son almas, sino meras visiones que buscan vivir, y todavía no lo han experimentado. Mientras este personaje interpretado por Duke, Will, intenta elegir al más adecuado para la tarea de vivir, él mismo tiene que lidiar con algo que le ha afectado. Su tarea es vigilar, además de elegir a candidatos para la vida, las vidas que ha elegido con anterioridad y ver su desarrollo. Una inesperada muerte en una de ellas afecta su rutina y su modo de entender las cosas. Aquí es donde aparecen estas visiones: unas empáticas, otras enamoradas, algunas frívolas y racionales. Todas válidas para la prueba, pero solo una será elegida por Will.

No busquen significados divinos, esto va más allá de las creaciones terrenales que los humanos hemos llevado a cabo para no sentirnos solos o aprovecharnos de los vulnerables: no va de religiones. Es una experiencia que sirve para reflejar la vida, para hablar de nosotras mismas, para abordar un complejo y más que necesario debate sobre el camino hacia dónde estamos dirigiendo nuestra humanidad. La película es un reflejo y una advertencia.

Edson Oda, al igual que Mario Benedetti, dibuja esa necesidad de cantar, de cuestionar, de no responder, de no ceder, de pensar. Benedetti hablaba de los militantes de la vida, aquellos y aquellas que cantaban para no dejar que la canción se hiciera ceniza, que cantaban porque el grito no era bastante y creían en la gente; sabían que vencerían la derrota. Edson Oda es un militante de la vida porque canta para vencer en un mundo frío, alejado de las emociones y cercano a la nada.

Un cuento fantástico que, aunque su estilo visual retro y su atmósfera pesarosa pueda indicar lo contrario, es todo un canto a la vida. Will es una especie de funcionario que elige de entre varios candidatos cual es el más apropiado para incorporarse al río de la vida. En un tipo gris que parece decepcionado de todo, hasta que llega Emma, una chica vitalista que le fuerza a cuestionarse las cosas.

Desde el principio tenemos que aceptar la situación que se nos plantea, sin preámbulos y sin explicaciones. Estamos hablando de algo parecido a una reencarnación (aunque no tengo claro si los candidatos han vivido ya), o de asignación de almas, convertida en una especie de proceso administrativo de selección. Hay mucha gente queriendo incorporarse a la vida, y Will es solo uno de muchos burócratas encargados de hacer criba. La duda estriba en qué es mejor enviar al mundo de los vivos, si una personalidad fuerte capaz de pelear y defenderse o un alma sensible, que aprecie la belleza y delicadeza del mundo, pero por ello susceptible de convertirse en objeto de sufrimiento. En nueve días tiene que tomar la decisión de entre su grupo de candidatos.

La idea me parece muy buena e imaginativa, y a pesar de que la película no es precisamente un modelo de ritmo y dinamismo, he aguantado sus dos horas gracias a la buena construcción de personajes. Y, hay que decirlo, porque esperaba ese quiebro que me dejara noqueado, ese punto en el que te tocan la tecla emocional interior. Winston Duke está genial, hierático casi todo el metraje para desatarse al final. No soy de llorar con el cine, pero aunque Nine Days es en su mayor parte contenida, tal vez tratando de evitar el lagrimón, no por ello nos priva de momentos que harán que las emociones salgan a relucir.

Nine Days es el primer largometraje de Edson Oda. En él, invita a los espectadores a través de un cuento casi espiritual, a plantearse durante todo el metraje de la película un diálogo con sí mismos, en el que conceptos como el de "belleza", "justicia" o "culpabilidad" acaparan todo el protagonismo. ¿Qué es lo correcto y qué lo incorrecto? ¿Somos mejores que otros por pensar de una manera determinada? 

En un escenario casi teatral, en el que prácticamente todo sucede en un mismo lugar oscuro, denso y pesaroso, el director nos presenta a Will, un funcionario celestial encargado de devolver a la vida a entes que ya dispusieron de la suya propia en tiempos pretéritos. Pero su trabajo, a pesar de plantearse como burocrático, se encuentra condicionado por experiencias pasadas de las cuales no podrá despojarse.

Mientras Will avanza en sus tareas hacia la elección del alma que finalmente volverá a la vida, Oda nos hace mirar frente a frente a las pequeñas cosas de la vida, tales como la sensación de notar las olas batiéndose en tus pies, o sentir el olor de una tarde de primavera.  Culminando sus últimos minutos en un éxtasis de belleza poética, visual y sonora en el que el protagonista entona un canto a la naturaleza sagrada de la vida y la belleza del ser.

Hermosa, bellísima cinta de la cual he disfrutado cada segundo de metraje. Es el cine que me gusta, sin grandes producciones ni exhibicionismo de efectos especiales, solo una GRAN historia, muy bien contada que te llega hasta el alma, ese tipo de películas que te dejan pensando, te hacen parar un minuto y te dice "Hey, oye tú, que la vida es corta y no todo son grandes problemas ni grandes ambiciones, concéntrate (como dice Serrat) en las pequeñas cosas". Edson Oda, a poner atención cuando escuchen este nombre

Misticismo de estar por casa y tremendamente aburrida. Va de una especie de dimensión espiritual, por decirlo así, donde se decide quién tiene derecho a experimentar una vida humana en carne y hueso. Para lo cual a los candidatos se les somete a una serie de cuestionarios. Casi todo ocurre en una habitación, como una obra de teatro ubicada en los años ochenta o noventa, con televisiones cuadradas de tubo y cintas de VHS. Una película de Tarkovski resulta trepidante comparado con este tostón pretencioso y seudo espiritual. No la recomiendo.