A Brief History of Time Travel
2018
14 de noviembre de 2022
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Correcto documental, fondo de armario de Prime Video con el que coger el sueño a la vez que se aprende algo —poco, pero algo— nuevo. En mi caso, que el señor que da nombre a la calle en que vivo, Enrique Gaspar y Rimbau, fue el inventor —literario— de la máquina del tiempo: su Anacronópete se adelantó en 7 años a la de H.G. Wells.
El resto, la posibilidad real de viajar hacia el futuro —astronautas, e incluso pasajeros de aviones transoceánicos, lo hacen ya, a nivel de milisegundos— y las paradojas insalvables que conllevaría trasladarse al pasado, ya lo hemos visto en infinidad de producciones de similar pelaje y otros tantos films de (ciencia) ficción; pero no deja de revestir interés.
Si algo cabe reprocharle a la película de Gisella Bustillos son unas estrecheces presupuestarias que se hacen especialmente evidentes en una iluminación, y, sobre todo, una sonorización un tanto incoherentes; o sea, que la nitidez de imagen y sonido no se mantienen constantes a lo largo de los cerca de 70 minutos de metraje. Si bien no es menos cierto que el amateurismo que ello transmite no carece de encanto.
En suma, no pasará a la historia del género, no estamos ante la «Nanuk, el esquimal» («Nanook of the North», 1922) o la «Shoah» (ídem, 1985) de los viajes en el tiempo; pero se trata de un producto ideal para disfrutar de un rato agradable sin que tal cosa suponga el consabido insulto a la inteligencia del espectador.
El resto, la posibilidad real de viajar hacia el futuro —astronautas, e incluso pasajeros de aviones transoceánicos, lo hacen ya, a nivel de milisegundos— y las paradojas insalvables que conllevaría trasladarse al pasado, ya lo hemos visto en infinidad de producciones de similar pelaje y otros tantos films de (ciencia) ficción; pero no deja de revestir interés.
Si algo cabe reprocharle a la película de Gisella Bustillos son unas estrecheces presupuestarias que se hacen especialmente evidentes en una iluminación, y, sobre todo, una sonorización un tanto incoherentes; o sea, que la nitidez de imagen y sonido no se mantienen constantes a lo largo de los cerca de 70 minutos de metraje. Si bien no es menos cierto que el amateurismo que ello transmite no carece de encanto.
En suma, no pasará a la historia del género, no estamos ante la «Nanuk, el esquimal» («Nanook of the North», 1922) o la «Shoah» (ídem, 1985) de los viajes en el tiempo; pero se trata de un producto ideal para disfrutar de un rato agradable sin que tal cosa suponga el consabido insulto a la inteligencia del espectador.
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