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Decálogo 8 (TV)

Drama "No levantarás falsos testimonios, ni mentirás": Elzbieta acaba de llegar de Nueva York para investigar sobre los supervivientes judíos de la guerra. Para ello, asiste a una clase de Ética en la Universidad de Varsovia y se presenta a Sofía, la respetada profesora. Octavo de los diez mediometrajes realizados para la televisión por el director Krzysztof Kieslowski y el guionista Krzysztof Piesiewicz, denominados genéricamente "Decálogo". ... [+]
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
4 de abril de 2010
43 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
La más compleja de la serie, al tener gran peso argumental acontecimientos de un pasado remoto que se reviven, y de los que se habla mucho, teniendo a causa de ello lo verbal mucho más relieve de lo usual en estos episodios.

Es primavera y los patios ya no están nevados. Hay vegetación y los varsovianos salen a hacer ejercicio. Como la madura profesora universitaria de Ética (papel extraordinario de Maria Koscialkowska para crear un personaje repleto de interés), que regresa al bloque tras sus gimnasias matinales.

En clase se plantean para análisis ético algunas historias. Una de ellas es la del segundo episodio de “Decálogo”, la del doctor acosado por la mujer cuyo marido muy enfermo se hallaba hospitalizado, todos ellos vecinos del bloque.
Y otra, expuesta por una investigadora visitante procedente de Nueva York, afecta de lleno a la profesora, porque de hecho la visitante y la profesora la protagonizaron en 1943, durante la ocupación alemana.
La visitante está muy resentida y todo parece apuntar a una lamentable mezquindad de la profesora, pero ésta dará, mientras se desarrolla una hermosa amistad, explicaciones que la justifican de sobra.

En guión profuso y lleno de matices, de nuevo aparece la cuestión del espíritu y la letra de los mandamientos, en este caso la prohibición del falso testimonio, utilizada aquí como pretexto por razones de fuerza mayor.
Archilupo
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9 de enero de 2011
42 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
El "Decálogo 8" rompe la dinámica dominante en los siete primeras películas de la serie. Quizás podría relacionarse en cierta medida con "Decálogo 3", en la medida en que trata las consecuencias de decisiones tomadas en el pasado que resultan determinantes en el presente que nos presenta la película; no obstante aquí nos encontramos con un espacio de referencia pasado muy concreto en el imaginario del pueblo polaco: la Segunda Guerra Mundial. Este momento histórico ha quedado grabado en los esquemas mentales de la sociedad polaca como algo único en su singularidad por lo que supuso y podía haber supuesto. Aunque el film no haga referencia directa a ello es importante tener en cuenta que sobre el territorio polaco se superponían dos de los grandes proyectos fundamentales de la Alemania nacionalsocialista: la elimación del pueblo judío y el espacio vital del pueblo alemán que debía ser ganado a costa de la destrucción y subordinación del pueblo polaco. Elzbieta y Zofia, las dos protagonistas del film, serían en este film la representación simbólica de ambos objetivos en la consecuión de los proyectos alemanes; la relación que las une, los momentos en que sus destinos se cruzaron, aparecen dominados por la consciencia de la dualidad de proyectos del ocupante de Polonia durante la guerra y la jerarquía existente entre éstos: la eliminación de los judíos era una prioridad, la destrucción de Polonia era algo que se podía ir gestando lentamente y podía posponerse para cuando llegara el fin de la guerra. Nunca se encontró entre las prioridades de la resistencia polaca la lucha contra el intento alemán de destruir a los judíos polacos, en un contexto de endémico nacionalismo del que no se salvaron (obviamente y más teniendo en cuenta que se encontraban en lucha frente a una ocupación extranjera cuyo objetivo era la destrucción de la nación polaca) ni tan siquiera los resistentes éstos no eran considerados polacos; buena prueba de ello son las cifras y los documentales de Lanzmann que nos dan fe del extendido antisemitismo de la Polonia católica.

Kieslowski va al fondo de una cuestión punzante aún hoy en Polonia. La clase de ética de Zofia a la que asiste Elzbieta en la universidad, momento crucial del film con una increíble carga de tensión (véase la excelente interpretación de María Koscialkowska en su dominio de la mímesis), nos va a demostrar cómo actúa la lógica humana imponiendo el pragmatismo sobre cualquier idealismo en caso de que se halle en juego la propia vida: uno de sus estudiantes lo dejará claro al responder que es el miedo lo que puede llevar a una joven pareja polaca a rechazar la posibilidad de dar refugio a una indefensa niña judía de seis años, el miedo a la propia muerte. Aquí nos da una de las claves para entender por qué toda una sociedad dio la espalda ante el exterminio de tres millones de sus conciudadanos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
davilochi
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28 de junio de 2010
20 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una anciana profesora acude, como marca la rutina, a impartir su clase de ética en la universidad. La mención de una joven a la historia del segundo mandamiento del propio decálogo, llevará a la profesora a resaltar que, en cualquier momento y situación, lo más importante siempre es salvar la vida del niño. Esta afirmación servirá como detonante para que una mujer llegada desde los Estados Unidos explote y haga estallar sus sentimientos.

A través de este octavo mandamiento nos sumergimos en una abrasadora denuncia acerca de la barbarie que supuso el holocausto nazi. Aunque Kieslowski no se sirve de metralletas, rudos arios ni nada por el estilo. Le basta la fría Varsovia. Le basta un triste portal. O un modisto que prefiere olvidar antes que vengar, pues la derrota fue tan amarga que casi lo vació en su interior. En definitiva, es una denuncia hacia esa doble moral de la ciudadanía católica polaca. Gente que prefirió mirar hacia otro lado, quizás por miedo, antes que enfrentarse a la locura que tenía ante sí. Por tanto, es un punto de vista muy personal el retratado en esta cinta, pudiendo levantar más de un debate, lo que parece claro es que el terror de las víctimas sigue latente, un terror imperenne.
The Motorcycle Boy
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18 de junio de 2014
16 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Capítulo 8. "No dirás falsos testimonios".
Nunca se lamenta uno tanto de que la vida sea un viaje sin retorno como cuando se ha cometido un error de los que te encadenan a una culpa irredimible. Es entonces cuando casi crees enloquecer porque todo tu ser quiere dar marcha atrás en el tiempo para evitar el momento nefasto. Pero acaso esa sea una de las cosas en que la vida no se parece a las películas, porque no se puede rebobinar, no hay botón de "rewind".
No queda otra que seguir adelante cargando con el peso, las heridas, las cicatrices y el desgaste. Somos todo lo que hemos hecho y así llegamos al presente, siendo el producto de las decisiones y elecciones que hemos adoptado. El contorsionista con el que Zofia se cruza comenta que cualquiera podría doblarse como un muñeco de goma, por supuesto se refiere a cualquiera que aproveche la gran elasticidad con la que nacemos y se entrene duramente para mantenerla. Al nacer hay tantas opciones futuras, los bebés son tan maleables como sus flexibles cuerpecillos, como esos cerebritos que empiezan a realizar las conexiones sinápticas, con casi todas las neuronas aún intactas. Tanto es posible aún en esa etapa, pero comenzamos a tomar direcciones (al principio otros las toman en nuestro lugar) y cada dirección que se toma implica dejar atrás muchas otras. De ese modo nos vamos configurando, no exploramos la mayor parte de las posibilidades que el mundo nos ofrece, sencillamente porque la sociedad y el círculo fraternal en los que vivimos nos enfilan, encarrilan e inculcan un modus vivendi, una cultura, unos valores e ideologías. La maleabilidad inicial se atrofia; no entrenamos y por eso perdemos la elasticidad que una vez tuvimos. Ya jamás volveremos a besarnos los pies con la facilidad del bebé ni la del contorsionista.
Las cargas del pasado, los caminos elegidos y los abandonados se hacen patentes de una manera u otra; el decálogo de Kieslowski está repleto de simbolismos y en este episodio uno de los símbolos clave es el cuadro torcido que por más que se intente enderezar vuelve a caerse hacia un lado. No, no se puede enderezar lo que ya se ha torcido, y aunque se intente arreglar quedará el agujero del cáncamo que no se colocó bien en la madera, siempre estará ahí por más que se quiera tapar y disimular.
Zofia tiene en el alma su cáncamo mal puesto y ello le impide andar por la vida con el espíritu erguido. Ocurrió durante la guerra. Una decisión y una mentira inducidas por el miedo le torcieron el destino.
Pero ahora se le presenta no la oportunidad de enmendar el error, que ya hemos dejado claro que es imposible desandar lo andado, sino de reconciliarse con los fantasmas y aceptar la verdad del cuadro que se torció a causa de una mentira que está más justificada de lo que las apariencias indicaban, o que al menos fue probablemente la única salida que se perfilaba para Zofia.
No se ofrece ninguna respuesta, el Decálogo de Kieslowski nunca lo hace, más bien todo este episodio es una sucesión de interrogantes sobre ética cuyas respuestas son las que cada uno encuentre en su interior. En la clase de Zofia ella es simplemente un vehículo para la reflexión de sus alumnos, no les dicta cómo han de pensar, sólo deja caer preguntas, dilemas, cuestiones morales para que esos jóvenes piensen sobre ellas y saquen sus conclusiones individuales. Uno de estos debates trata sobre el tema central del episodio 2 de este mismo Decálogo, y el otro es el que plantea la visitante que viene de Estados Unidos y que desencadena la crisis redentora de Zofia.
En el que es uno de los mejores episodios de esta magna obra televisiva, el realizador polaco hilvana magistralmente pasado y presente mostrando su Polonia de finales de los ochenta, marcada por la peor guerra de la historia y por los acontecimientos que vinieron después, dejando ese poso de melancolía que flota perennemente sobre el complejo de modestos apartamentos de Varsovia en el que transcurren las vidas de todos nosotros.
Vivoleyendo
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29 de septiembre de 2011
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
El maestro polaco sigue sus aventuras morales entre los barrios comunistas de la ciudad de Varsovia y sus calles y esta vez nos lleva a la universidad de Varsovia y el enfrentamiento moral entre dos mujeres que en un pasado coincidieron en una situación que será tema de discusión en las clases de ética de la profesora.

Sin duda, una vez más Kieslowski vuelve a sus planteamientos morales y en este caso éticos.
¿Qué es lo más importante?, preguntan los alumnos, la profesora responde...la vida de la criatura.

Haciendo referencia al segundo capítulo del Decálogo, Kieslowski plantea un tema moral entre dos personas pero sobre todo, del pueblo polaco.

Kieslowski analiza la conciencia del pueblo polaco reflejada en esta profesora polaca que un día no quiso salvar a una niña judía para no arriesgar su vida ni la de su marido y aquí viene la pregunta, si es más importante la vida de la criatura, ¿porqué no salvamos en su momento la vida de esta niña judía?

Un delicado tema y unas conversaciones tensas y bien dirigidas, este capítulo se aleja un poco de la tradición tan sofocante de los capítulos anteriores para ser un capítulo con más diálogos de lo normal, Kieslowski centra siempre su atención en detalles y en el silencio y miradas de sus actores.

En este caso, dos actrices poco conocidas, realizan unos papeles magistrales, sus miradas, sus conversaciones están genialmente dirigidas por el gran maestro polaco.

En este capítulo Kieslowski hace presente su intención de rodar estas historias entre los bloques comunistas, bloques que encierran cientos de historias, historias reales, tan reales como el entorno que rodea a estas personas.

Un profesor polaco decía una vez que sería curioso ver las historias de las familias que viven en los bloques comunistas si tirásemos una de las paredes.
Exactamente, Kieslowski comenta que todo esto que pasa en sus capítulos, son gente normal, gente del día a día de sus bloques comunistas.

Me encanta la ambientación de sus decálogos, la verdad que no tiene que hacer mucho porque así son exactamente los pisos de las personas que viven entre estas cuatro paredes de hormigón.

Una vez más Kieslowski plantea un tema delicado y da una bofetada a un pueblo, su pueblo, que miraba hacia otro sitio ante las cosas que estaban pasando en su país.

Es curioso y raro que Kieslowski enuncie un planteamiento moral haciendo referencia a un detalle histórico.
manuel
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