El epítome de la soledad en el que una fascinación platónica hace que un individuo sin vida propia sienta correr la sangre en sus venas por primera y única vez en su gris existencia. Una pausa, un interludio apasionado en una vida lineal y lánguida en la que el poder juega un papel preponderante en cuanto a este sujeto le es dada licencia para husmear la vida de otros, descubriendo no solo que puede ser parte de ellas al convertirse en una suerte de dios omnipresente que todo lo ve y todo lo oye, sino que se otorga a sí mismo la potestad de decidir el curso de las mismas, salva la parte atribuible a los designios del destino.

Imposible decir que es un antes y un después en su vida. Quizás unos minutos de vida en una existencia muerta.