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9
23 de febrero de 2019
23 de febrero de 2019
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cercano en calidad y ámbito deportivo al pasado ganador Icaro (Bryan Fogel, 2017) y producido por National Geographic, es muy pertinente señalar a la pareja de directores Elizabeth Chai Vasarhelyi y Jimmy Chin pero, sobre todo, este último destaca en su papel como director de fotografía logrando imágenes sublimes de paisajes naturales (de las primeras tomas con el protagonista de frente ante la inmensidad rocosa) además de lo arriesgado de cada movimiento corporal junto a un drama de pareja. Cada toma es una gota de sudor derramada por mis manos como la expresión de angustia y necesidad de ver más. Asimismo, existe una perfecta edición con el aparente (y perturbador) fin del documental que demuestra, con gran atino, la desesperación por un fracaso.
Cumpliendo su tarea como documental, va más allá de una ‘simple escalada’, no intenta demostrar la inseguridad de Alex Honnold (ya de por sí difícil por el tipo de personalidad y características neurológicas reveladas) y que sería muy fácil seguir ese hilo narrativo, sino que profundiza en la importancia de la perseverancia que se aleja de las motivaciones mundanas (como lo demuestra con los ideales de su pareja) pero que también equilibra el mensaje con ‘pequeña’ aportación humanista. Además, explora los distintos tropiezos que pueden llegar a alterar el camino metafórico hacia el inicio de su meta, como lo son problemas familiares y físicos como fracturas vertebrales, donde nuestras pequeñas limitaciones parecen fútiles ante hechos que no permitirían cumplir el sueño y el fin de una vida, recordándonos que debemos alejarnos de aquel ‘pozo infinito de autodesprecio’.
Cumpliendo su tarea como documental, va más allá de una ‘simple escalada’, no intenta demostrar la inseguridad de Alex Honnold (ya de por sí difícil por el tipo de personalidad y características neurológicas reveladas) y que sería muy fácil seguir ese hilo narrativo, sino que profundiza en la importancia de la perseverancia que se aleja de las motivaciones mundanas (como lo demuestra con los ideales de su pareja) pero que también equilibra el mensaje con ‘pequeña’ aportación humanista. Además, explora los distintos tropiezos que pueden llegar a alterar el camino metafórico hacia el inicio de su meta, como lo son problemas familiares y físicos como fracturas vertebrales, donde nuestras pequeñas limitaciones parecen fútiles ante hechos que no permitirían cumplir el sueño y el fin de una vida, recordándonos que debemos alejarnos de aquel ‘pozo infinito de autodesprecio’.

6.5
5,648
8
18 de enero de 2021
18 de enero de 2021
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El papel de las parteras y el parto en casa han recobrado especial notoriedad en las últimas décadas por distintas circunstancias: entre violencia obstétrica, intervenciones innecesarias, malas experiencias en la particularidad del irónico ingreso de pacientes sanas a un hospital y, finalmente, durante la pandemia COVID-19 el miedo al contagio en establecimientos dedicados a la atención de esta gente enferma limita por miedo o por prevención la visita de la embarazada en un nosocomio. No se trata de una “cacería de brujas” ni exponer “limitaciones” técnicas en la atención del parto en casa sino en reconocer el cambio que se esta suscitando basado en las circunstancias antes mencionadas.
Pieces of a woman (2020) es una película dirigida por el director húngaro Kornél Mundruczó basado en el guion de Kata Weber. Vanessa Kirby juega el papel de Martha, una mujer seria y retraída quien, junto a su esposo Sean (Shia LaBeouf), esperan la llegada de su hija. Sin embargo, durante el parto en casa, la partera nota alteraciones en la frecuencia cardiaca fetal que culmina con la muerte del recién nacido en los brazos de su madre. Durante los primeros y desgarradores 30 minutos ocurre lo resumido en los párrafos anteriores en un plano secuencia magistral dominado totalmente por Vanessa Kirby quien con muecas, bruscos movimientos y contorsiones, maldiciones, delirios, náuseas y eructos se encuentran en la parte final del trabajo de parto retratado por la cámara que se sube, baja y se desdobla entre el cambios de iluminación de los pasillos y cuartos de la casa y que somete al final a una gran tensión mostrada por la partera, quien al principio sostiene que es raro cuando los planes cambian haciendo referencia a su tarea como partera suplente sin contemplar que sus palabras vociferaban el ominoso desenlace. De aquí todo parte a un proceso de duelo entre la protagonista y su familia mientras se desarrolla una penuria legal en la búsqueda de justicia, consuelo y/o aflicción. Efectivamente, como lo notan, la maestría del filme se resume en la secuencia inicial de acuerdo con la longitud de la explicación previa en comparación con el resto del largometraje.
Pieces of a woman (2020) es una película dirigida por el director húngaro Kornél Mundruczó basado en el guion de Kata Weber. Vanessa Kirby juega el papel de Martha, una mujer seria y retraída quien, junto a su esposo Sean (Shia LaBeouf), esperan la llegada de su hija. Sin embargo, durante el parto en casa, la partera nota alteraciones en la frecuencia cardiaca fetal que culmina con la muerte del recién nacido en los brazos de su madre. Durante los primeros y desgarradores 30 minutos ocurre lo resumido en los párrafos anteriores en un plano secuencia magistral dominado totalmente por Vanessa Kirby quien con muecas, bruscos movimientos y contorsiones, maldiciones, delirios, náuseas y eructos se encuentran en la parte final del trabajo de parto retratado por la cámara que se sube, baja y se desdobla entre el cambios de iluminación de los pasillos y cuartos de la casa y que somete al final a una gran tensión mostrada por la partera, quien al principio sostiene que es raro cuando los planes cambian haciendo referencia a su tarea como partera suplente sin contemplar que sus palabras vociferaban el ominoso desenlace. De aquí todo parte a un proceso de duelo entre la protagonista y su familia mientras se desarrolla una penuria legal en la búsqueda de justicia, consuelo y/o aflicción. Efectivamente, como lo notan, la maestría del filme se resume en la secuencia inicial de acuerdo con la longitud de la explicación previa en comparación con el resto del largometraje.

6.9
21,667
7
8 de abril de 2021
8 de abril de 2021
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película juega con los prejuicios hacia los médicos y, sobre todo, establece un punto de partida sobre la forma en que se realizan estos juicios de valor hacia los demás. En como un acto de ‘ayuda’ de un hombre cualquiera hacia una mujer ebria termina por resquebrajar a la persona mas ‘pura’. De aquí, la directora y guionista Emerald Fennell plasma varios ejemplos en donde involucra sutil o fuertemente ambos sexos (con una clara tendencia hacia la lucha contra la hegemonía masculina) en el camino de la intolerancia, la violencia y el abuso; y es donde se comporta de manera sutil el gran atino de Promising Young Woman así como la encarnación de Carey Mulligan en forma de femme fatale, mientras que en ocasiones la directora pierde la perspectiva a través de clichés en forma de piropos en la calle o en la conformación de una comedia romántica que, afortunadamente, sirve solo como medio para el final que rememora la sensación creada en Three Billboards Outside Ebbing, Missouri (McDonagh, 2017), aquella sensación creada tras una impactante confrontación que solo termina como una muestra de justicia gratuita.
La cámara muestra una extraña simetría y primeros planos que empatan con la personalidad de la protagonista, una mujer sin temores y con agallas tras perder un ser amado, pero tan humana como para iniciar una relación romántica. El contrastante punto intermedio entre las dos nociones lamentablemente se torna irregular.
La cámara muestra una extraña simetría y primeros planos que empatan con la personalidad de la protagonista, una mujer sin temores y con agallas tras perder un ser amado, pero tan humana como para iniciar una relación romántica. El contrastante punto intermedio entre las dos nociones lamentablemente se torna irregular.

7.1
29,122
9
12 de febrero de 2019
12 de febrero de 2019
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘La gota se ha denominado «reina de las enfermedades» y «enfermedad de reyes»’ (Firestein G, 2018). Los altos niveles de ácido úrico en sangre han acompañado al ser humano desde escritos egipcios y griegos. Especial incidencia se observa en el sexo masculino que alcanza la madurez, logrando igualar cifras en mujeres cuando alcanzan la menopausia (Nuki G, 2006). La relación mas cabal ha sido con el consumo de alcohol (sobre todo cerveza y es por eso su estrecha correlación con los lujos de las más altas esferas de poder), mariscos, carnes rojas además de edulcorantes, ejerciendo un factor protector el consumo de lácteos; aunado a una alteración genética en la síntesis y degradación de proteínas, demostrado en su acompañamiento familiar. La particular afectación de la primera articulación metatarsofalángica (dedo pulgar del pie y su inflamación conocida como podagra) se puede acompañar de intenso dolor incapacitante, deformidad, aparición de tofos y lesión renal son parte del espectro de la gota. Personajes como el rey Felipe II de España, el papa Inocencio XI, el controversial rey de Inglaterra Enrique VIII, Pedro de Medici y el ‘Rey Sol’ fueron solo algunos de los que sostuvieron la batalla contra los infortunios de la gota. La reina Ana de la casa de los Estuardo, de igual manera, padecía grandes dolores e infecciones por la misma causa que le busco la muerte. Retratada perfectamente en ‘The Favourite’.
Hemos visto al director griego Yorgos Lanthimos moldear a su antojo guiones propios tan versátiles como triviales y profundos (la maravillosa The Lobster de 2015 o The killing of a sacred deer de 2017). En un respiro para su escritura y para su mente, llega a sus manos un guion original (por Deborah Davis y Tony McNamara) que narra una historia (sutilmente apócrifa) a inicios del siglo XVIII, en medio de una guerra franco-inglesa (y en medio de un estado fatídico de salud), la reina Ana (Olivia Colman) llega al trono anglosajón con su mano derecha, la implacable Lady Sarah (Rachel Weisz). Alrededor de múltiples tensiones internacionales e interpersonales, llega la prima de Lady Sarah, Abigail (Emma Stone) en una búsqueda de empleo y, principalmente, reinserción burocrática. Es así como comienza un juego de manipulación.
¿Por dónde empezar ante tantos aciertos? El guion guarda un equilibrio perfecto en vastedad, dramatismo y ácido humor que en nuestra memoria perdurarán diálogos gloriosos como los que encabezan cada una de las ocho secciones (además, como olvidar el encuentro nocturno de Abigail en su habitación o las tenues pero duras críticas de Lady Sarah al maquillaje de la reina). El trabajo de las actrices conforma el triangulo equilátero que sostiene la película por completo: lo formidable y temible de Rachel Weisz (imponente en ese traje oscuro mientras sostiene un rifle o tan histriónica en un baile en pareja), la gracia y frialdad de Emma Stone (en cada aparición con su posterior cónyuge) y la demencia e indulgencia de Olivia Colman (no hay mas que decir que ver la película completa), convergerán para deslumbrar en su propio protagonismo (incluso Nicholas Hoult impresiona en un papel donde el maquillaje obsoleto es necesario para tratar de relucir ante tales participaciones magistrales). El montaje y el vestuario (Sandy Powell en su binominación) reflejan de manera perfecta la época de guerra fuera del castillo y de ultraje en su interior; con la fotografía (Robbie Ryan) que asemeja grandes pinturas y retratos del barroco con un toque reminiscente de claroscuros caravaggiescos en medio de la penumbra que solo es penetrada por velas y grandes ventanales; además de grandes tomas angulares, secuencias y tomas abiertas que nos hacen sentir parte y a la vez espectadores de un evento que se presentó hace más de 300 años.
El poder de la manipulación a través del amor es inherente. La amistad y la familia, la necesidad de afecto y consuelo tras un ataque de gota, incluso la guerra y la desolación del pueblo hará que con la menor buena intención y halago el poder y la razón se desequilibre hacia el mejor postor, como en nuestros días. La verdadera guerra no se halla entre naciones, se escinde en las profundidades de un hogar y una perfecta trinidad. Así, una carrera de langostas o la analogía de hijos no nacidos en forma de conejos comienzan a ser sensatos hacia la sorpresiva lucidez final de la reina Ana. Tan trivial como la esencia y crueldad humana en la subversiva y eterna declaración de Lanthimos.
Hemos visto al director griego Yorgos Lanthimos moldear a su antojo guiones propios tan versátiles como triviales y profundos (la maravillosa The Lobster de 2015 o The killing of a sacred deer de 2017). En un respiro para su escritura y para su mente, llega a sus manos un guion original (por Deborah Davis y Tony McNamara) que narra una historia (sutilmente apócrifa) a inicios del siglo XVIII, en medio de una guerra franco-inglesa (y en medio de un estado fatídico de salud), la reina Ana (Olivia Colman) llega al trono anglosajón con su mano derecha, la implacable Lady Sarah (Rachel Weisz). Alrededor de múltiples tensiones internacionales e interpersonales, llega la prima de Lady Sarah, Abigail (Emma Stone) en una búsqueda de empleo y, principalmente, reinserción burocrática. Es así como comienza un juego de manipulación.
¿Por dónde empezar ante tantos aciertos? El guion guarda un equilibrio perfecto en vastedad, dramatismo y ácido humor que en nuestra memoria perdurarán diálogos gloriosos como los que encabezan cada una de las ocho secciones (además, como olvidar el encuentro nocturno de Abigail en su habitación o las tenues pero duras críticas de Lady Sarah al maquillaje de la reina). El trabajo de las actrices conforma el triangulo equilátero que sostiene la película por completo: lo formidable y temible de Rachel Weisz (imponente en ese traje oscuro mientras sostiene un rifle o tan histriónica en un baile en pareja), la gracia y frialdad de Emma Stone (en cada aparición con su posterior cónyuge) y la demencia e indulgencia de Olivia Colman (no hay mas que decir que ver la película completa), convergerán para deslumbrar en su propio protagonismo (incluso Nicholas Hoult impresiona en un papel donde el maquillaje obsoleto es necesario para tratar de relucir ante tales participaciones magistrales). El montaje y el vestuario (Sandy Powell en su binominación) reflejan de manera perfecta la época de guerra fuera del castillo y de ultraje en su interior; con la fotografía (Robbie Ryan) que asemeja grandes pinturas y retratos del barroco con un toque reminiscente de claroscuros caravaggiescos en medio de la penumbra que solo es penetrada por velas y grandes ventanales; además de grandes tomas angulares, secuencias y tomas abiertas que nos hacen sentir parte y a la vez espectadores de un evento que se presentó hace más de 300 años.
El poder de la manipulación a través del amor es inherente. La amistad y la familia, la necesidad de afecto y consuelo tras un ataque de gota, incluso la guerra y la desolación del pueblo hará que con la menor buena intención y halago el poder y la razón se desequilibre hacia el mejor postor, como en nuestros días. La verdadera guerra no se halla entre naciones, se escinde en las profundidades de un hogar y una perfecta trinidad. Así, una carrera de langostas o la analogía de hijos no nacidos en forma de conejos comienzan a ser sensatos hacia la sorpresiva lucidez final de la reina Ana. Tan trivial como la esencia y crueldad humana en la subversiva y eterna declaración de Lanthimos.

7.4
13,229
9
7 de febrero de 2019
7 de febrero de 2019
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Innegablemente, los niños son considerados un grupo especial. Vulnerable a maltrato, violencia y abuso que, incluso, puede discurrir normal para ellos como parte del trato familiar del día a día y traer consigo consecuencias a corto y largo plazo en su desarrollo. Los castigos corporales siguen siendo una realidad que, afortunadamente, cada vez más se integra una visión punitiva al mismo, sin embargo, el umbral sigue siendo turbio. El daño emocional puede llegar a ser más impactante que incluso la aparición de un gran hematoma o la consolidación de una fractura (Kliegman, 2016). Los médicos deben ser perspicaces en esta búsqueda de signos que no concuerden con el estado del paciente, que hasta podría ser parte de un síndrome de Munchausen por poder. Es el caso de Yuri, una pequeña niña que es recogida por una singular familia en Manbiki Kazoku.
En Tokio, Osamu es el patriarca de una familia en situación de extrema pobreza que tiene que hacer pequeños trabajos y robar para subsistir, junto a Nobuyo (esposa y empleada en una lavanderìa), Aki (una adolescente que trabaja de manera exótica), Shota (su joven aprendiz) y la anciana Hatsue (quien recibe cierta pensión para el sustento del hogar). Alrededor del hurto y el robo se crea un lazo de humildad y fraternidad que comparten con la recién llegada Yuri, víctima de violencia familiar y, aún así, buscada por sus padres y la policía local.
Con gran maestría, Hirokazu Kore-eda logra reflejar la armonía familiar de una manera tan sublime en la primera mitad del largometraje para después convertir el resto de la película en un intenso drama que cuestiona lo artificial y lo natural de las relaciones familiares (no dejen de ver el penetrante interrogatorio contra Nobuyo (Sakura Ando con un excelso discurso en un encuadre casi bergmaniano). Sobra mencionar la integridad de cada personaje que no permite dejar caer en la condescendencia a pesar de la situación, como Aki (magnìfica Mayu Matsuoka) en aquellas escenas que buscan reconfortar tras sus movimientos corporales. Que más les puedo decir si le valió la Palma de Oro (después de esa impactante escena final abierta, no habría cabida para alguna otra declaración ni eminencia).
En Tokio, Osamu es el patriarca de una familia en situación de extrema pobreza que tiene que hacer pequeños trabajos y robar para subsistir, junto a Nobuyo (esposa y empleada en una lavanderìa), Aki (una adolescente que trabaja de manera exótica), Shota (su joven aprendiz) y la anciana Hatsue (quien recibe cierta pensión para el sustento del hogar). Alrededor del hurto y el robo se crea un lazo de humildad y fraternidad que comparten con la recién llegada Yuri, víctima de violencia familiar y, aún así, buscada por sus padres y la policía local.
Con gran maestría, Hirokazu Kore-eda logra reflejar la armonía familiar de una manera tan sublime en la primera mitad del largometraje para después convertir el resto de la película en un intenso drama que cuestiona lo artificial y lo natural de las relaciones familiares (no dejen de ver el penetrante interrogatorio contra Nobuyo (Sakura Ando con un excelso discurso en un encuadre casi bergmaniano). Sobra mencionar la integridad de cada personaje que no permite dejar caer en la condescendencia a pesar de la situación, como Aki (magnìfica Mayu Matsuoka) en aquellas escenas que buscan reconfortar tras sus movimientos corporales. Que más les puedo decir si le valió la Palma de Oro (después de esa impactante escena final abierta, no habría cabida para alguna otra declaración ni eminencia).
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